La encarnación nos dice algo que nos cuesta aceptar: Dios no interviene cambiando el curso de los acontecimientos de la vida. "Únicamente" acompaña, sostiene, anima, ilumina. La certeza de esta obra de Dios en el camino de nuestra historia es la que habría de generar responsabilidad.
La encarnación trata de suscitar seguimiento, responsabilidad ante la vida y la fe. Eso es así porque Dios ha puesto en toda persona, en toda la realidad, “la capacidad” de llegar a la plenitud. La encarnación es el soporte de dicha capacidad y su mejor aliado. Un Dios a nuestro lado, acompañante máximo, es la garantía de nuestro éxito. No solamente queda conjurada toda soledad sino que brota de esa certeza del amor de Dios que nos acompaña la fuerza para entender y vivir la vida en parámetros de responsabilidad creciente.
La tarea de acompañar es tarea del todo evangélica, porque es la tarea de Jesús y, por lo mismo, la del Padre. El verdadero creyente es aquel que entiende y vive la vida desde la calve del acompañamiento. Acompañar es compartir lo que se es, no es solamente dar un poco de tiempo. Acompañar es hacer partícipe al otro de los propios valores y deseos. Acompañar es un trasvase de corazones, una sintonía de vida que engendra actuaciones muy concretas a favor del otro.
Jesús es el que camina a nuestro lado, el que acompasa su paso al nuestro. La garantía de su presencia se transforma en ánimo para quien quiera entender la vida como el máximo de los valores.
Navidad es tiempo interesante para suscitar el acompañamiento no como algo temporal sino como actitud de vida. Acompañar requiere entrega, disponibilidad e interés por la realidad del otro. El mejor nacimiento no es el que representamos con figuras sino el que nos lleva a hacer obra de acompañamiento al débil.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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