jueves, 31 de mayo de 2018

BEBER LA VERDAD DE LA VIDA

Esta evocación parte de un suceso puntual: estando en Taizé en 2010, después de la larga oración de la tarde, el hermano Roger departió largo rato al fondo de la Iglesia de la Reconciliación con un grupo de franciscanos. El anciano monje, con una lucidez admirable, nos dijo entre otras cosas: “Ustedes tendrían que ser apóstoles del gusto por la vida, porque el gusto por la vida es el mejor don del Espíritu”. Parecen palabras impropias en boca de un anciano que parece haber agotado los recursos de la vida. Pero ahí reside justamente su valor: quien ha entendido la vida la disfruta hasta el último momento y, por paradójico que parezca, la disfruta cada vez más. Esto resultaría imposible si el Espíritu de Dios no aleteara en esta realidad nuestra dinamizándola más allá de sus limitaciones.

Ante tanto acíbar que se ha echado sobre la realidad de la vida (Brines dice que es un “sueño roto”, F. García Lorca dice taxativamente en su Oda a W.Whitman que la vida “ni es buena, ni noble, ni sagrada”; nada digamos de la corriente generalizada en la espiritualidad cristiana de menosprecio de la vida: “hozar en la tierra de la vida”, “sólo Dios basta”, “vida amarga”, “nada me retiene aquí”, etc...), tanta amargura vertida, no estaría mal que caminásemos por la senda de una reconciliación, hecha de benevolencia y amor, con esta vida nuestra, pobre pero hermosa, débil pero interesante, áspera pero conteniendo dentro la perla finísima del amor y de la posibilidad plena. Una formidable reconciliación con la vida, algo de eso está esperando el mundo hoy de los/as creyentes.

Al fondo de todo esto hay un grave problema aún no resuelto: el de la reconciliación con la creación. Porque esa reconciliación no solamente habrían de hacerla los creyentes sino toda persona. Todos nos sentimos en lucha con la vida porque no hemos entendido que aquí está enterrada la hermosa semilla de lo pleno. Por eso es preciso trabajar mucho, fecundo trabajo, el de la reconciliación con la vida. Nos decía aquella tarde el hermano Roger: “¿Se han fijado Uds. que el Cántico del hermano sol de san Francisco es, ante todo, un formidable canto del gusto por la vida?”.

Nada mal estaría que a la vieja lista de los sietes dones del Espíritu se añadiera este, más básico y más decisivo, del gusto por la vida. Aprender ese gusto no es fácil; requiere una perspectiva, un ahondamiento, un afán que quizá solo el Espíritu puede suscitar.

Fidel Aizpurúa

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