Está calculado que en nuestro propio cuerpo tres millones de átomos de potasio explotan cada minuto. Esa fuerza de dentro puede recibir el nombre de Dios: un Dios que es fuente de energía, de vida, y, si se mira desde el amor, fuente de amor. No un Dios lejos, fuera, en su cielo, no se sabe dónde. No, se sabe dónde: en el centro de la vida, sosteniéndola, produciéndola, amándola. La verdad de Dios en ese centro es lo que la resurrección de Jesús quiere enseñarnos.
La mejor respuesta es la contemplación admirativa, la alabanza, el éxtasis ante aquello a lo que pertenecemos. ¿Puede ser esto rodeado de cordialidad hasta que pueda entrar en nuestro corazón tanto o más que lo que entró con las representaciones religiosas tradicionales?
Ojalá.
Fidel Aizpurúa
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