martes, 17 de septiembre de 2019

TIERRA SANTA DONDE LA PALABRA SE HACE VIDA

Cuando en mi trabajo descubrieron que era catequista y animadora de grupos jóvenes en su formación cristiana desde el carisma franciscano quedaron sorprendidos, a lo que yo les respondí: “¿y por qué no?”.
Nuestra opción por vivir el mensaje del evangelio en nuestro día a día, desde lo sencillo y el amor al prójimo, la tomamos desde nuestra adolescencia participando y formando parte de los grupos de jóvenes parroquiales. A través de ellos, la catequesis de confirmación se convierte no sólo en meros encuentros de formación o dinámicas sino también momentos de reflexiones, oraciones, pascuas, campamentos, etc., pero… ¿qué pasaría si todo ese conocimiento y todas esas vivencias se pudieran plasmar realmente en una experiencia personal caminando por los mismos lugares donde Jesús vivió, predicó y murió? Lugares donde la Palabra, tras más de dos mil años, aún continua viva y sigue enamorando a quienes, en un momento de nuestra vida, nos atrevimos a decir con letras mayúsculas “QUIERO SEGUIRTE MAESTRO” para continuar construyendo ese sueño que Dios tiene para nosotros.
Pues esa experiencia comenzó con una llamada allá por Octubre para ver si estaría interesada en ir a Tierra Santa este verano con la Pastoral Juvenil. Sin pensarlo, sin saber fechas ni precios, no dudé en decir que si y, a fecha de hoy, puedo decir que ha sido una experiencia personal fantástica donde lo esperado ha sido superado con creces.
La aventura empezó el 16 de Agosto. Convocados de toda España (Asturias, Valladolid, Logroño, Zaragoza, Madrid, Murcia, Totana y Santander) estábamos en el aeropuerto de Barajas (Madrid) a primera hora de la mañana. Listos con nuestras maletas, llenas no sólo de enseres personales sino también de ilusiones y ganas por visitar un lugar donde cada paso que das no se queda en algo meramente físico sino que habla de nuestra propia historia cristiana, nos dispusimos a comenzar un viaje que no sabíamos lo que nos iba a deparar.
Nos alojamos primeramente en la casa que los Hermanos Capuchinos tienen en Jerusalén y donde Kevin, guardián de la casa, y el resto de hermanos que formaban la fraternidad nos dieron la bienvenida haciendo auténtico su carisma franciscano de acogida y fraternidad ya que nos sentimos como en nuestra propia casa durante nuestra estancia.
Gracias a las importantes y valiosas explicaciones del hermano Víctor Herrero, fraile capuchino de la fraternidad de Valladolid que estuvo viviendo en esta ciudad, la peregrinación por Jerusalén nos dio la oportunidad de conocer y visitar muchos emplazamientos clave de nuestro origen cristiano, ayudándonos a comprender cómo se desarrolló el contexto histórico de la ciudad, así como el de Jesús y sus contemporáneos.
Describir todos y cada uno de los lugares que visitamos en el viaje conllevaría muchas páginas, estarían llenas de pensamientos, emociones, recuerdos y huellas que difícilmente serán borradas cuando hayan pasado unos años y me siga acordando de este viaje.
En Jerusalén, dentro de la ciudad vieja, pudimos descubrir una ciudad donde la diversidad política, social, cultural y religiosa es capaz de convivir dentro de un orden teniendo como pilar central a Dios. Una ciudad, donde los peregrinos que llegamos de cualquier lugar del mundo somos acogidos para dejarnos seducir y conquistar por todo lo que nos puede ofrecer no sólo desde un prisma didáctico sino también en lo que a lo espiritual y religioso se refiere.
Visitamos importantes localizaciones como el Huerto de los Olivos, la Iglesia del Pater Noster donde la paz y el silencio que allí emanaban favoreció el tener un momento de oración y encuentro con Dios; la Iglesia de Getsemaní la cual me impresionó los bellísimos mosaicos que allí se albergan y por lo que representó en la vida de Jesús; la Iglesia franciscana de la Flagelación, Bethesda, el Monte Sión donde pudimos ver la tumba del Rey David, el Cenáculo y la Iglesia de la Dormición. Cerca del monte del Monte Sión, bajamos hasta La Iglesia de San Pedro en Gallicantu, donde también queda representado con gran delicadeza artística la triple negación de Pedro a Jesús.
Tuvimos ocasión de visitar el Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado para el judaísmo y que representa el último remanente del Templo donde el culto y la peregrinación dan vida a la actividad diaria de este enclave. También visitamos la explanada de las mezquitas, en la que preside el Domo de la Roca, lugar sacro y actualmente de culto islámico pero de gran importancia histórica también para judíos y cristianos.
Haciendo parada en la Iglesia del Santo Sepulcro pude vivir un desencuentro interior donde lo turístico y lo espiritual luchaban por igual en un lugar sacro. Nada más entrar me llegó a la mente el pasaje de Jesús echando a los mercaderes del templo. Dicha sensación de “puro turisteo” creo que arrebata el respeto que el lugar merecía. No obstante, la importancia histórica de tener allí localizado el Monte del Calvario y el Santo Sepulcro, hizo que el momento de la plegaria adquiriera un mayor sentimiento de comprensión del sacrificio que Jesús hizo por nosotros.
La visita al desierto era uno de los lugares que más me intrigaba antes de comenzar el viaje. La gran fortaleza de Herodes en Masada, desde la cual se podía ver una gran llanura hasta alcanzar el Mar Muerto y la frontera con Jordania, hace entender la grandeza de esta Tierra. Para finalizar aquel día, cerca del Monasterio de San Jorge de Koziba, realizamos una oración en el desierto; una oración donde el silencio, la Palabra del Evangelio y el visionado de ese trayecto que tantas veces había hecho el propio Jesús, removió en nosotros sentimientos que nos acercaron aún más al camino que estábamos recorriendo junto a Jesús.
Antes de irnos de Jerusalén pudimos contemplar la historia moderna del pueblo judío visitando el museo del Holocausto. Además, por su cercanía a la ciudad vieja, aprovechamos también para visitar la ciudad de Belén donde se alberga la Iglesia de la Natividad, y el pequeño pueblo de Ein Karem.
De camino a Nazaret llegamos a la ciudad de Galilea. Allí visitamos lugares que aparecen en los evangelios y de gran importancia en la vida de Jesús como fue Tabgha, Cafarnaún y el Monte Tabor. Antes de abandonar Galilea dimos un paseo en barco por el lago, donde un ambiente sereno y tranquilo mantenido por el propio sonido del mar, dio pie a que tuviéramos un momento de reflexión personal.
En Nazaret fuimos acogidos por las Hermanas del Rosario. Durante los dos últimos días del viaje pudimos visitar la Basílica de la Anunciación y la Iglesia de San José en Nazaret, así como las ruinas arqueológicas de las ciudades herodianas de Cesarea de Filipo y Cesarea del Mar.
Tras una semana de mi llegada de Tierra Santa y aterrizar en la cotidianidad de mi día a día, sé con certeza que tomé la decisión correcta. Hacer un viaje de éstas características con animadores de grupos juveniles, que convencidos como yo de hacer realidad el mensaje del Evangelio, hace que vuelva con ganas e ilusión de dejar huella de mi vivencia personal de estos días en mi comunidad parroquial. Huellas del compromiso que cada uno puso en esa última celebración de la Eucaristía en Nazaret. Huellas, que más allá de la pérdida de una maleta o de un móvil, de tener ampollas por todo lo andado por Jerusalén, de escuchar el himno nacional en medio del mar de Galilea o de estropearse la furgoneta de camino a casa… no hacen más que unir con mayor fuerza a quienes formamos la familia capuchina en España. Crecer con todo lo vivido durante estos días es parte de nuestro camino cristiano y franciscano.
Dar las gracias a todos y cada uno de los hicisteis de este viaje una experiencia única. Y haciendo mías las palabras de Felipe: “¿A qué hemos venido? ¡¡A jugar!!”…. estoy convencida que seguiremos jugando por mucho tiempo.

Sheila Merino, pastoral juvenil de Usera.

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