San Francisco descubre en María la humildad y pobreza que presidirán su vida, quiere que esas virtudes sean las que abracen todos los que se unirán a él y ¿Quién podría mostrarlas mejor que la Virgen?
Para María vivir desde la fe era algo cotidiano, normal. Para ella fe y vida formaban una unidad. También para San Francisco, que quiere vivir como la Madre empiezan a hacerse forma de vida. Pero él vive en el mundo y sabe que no es tan usual para cualquier cristiano pues cuando en la vida las cosas empiezan a ponerse mal parece que la fe empieza a desaparecer.
María cree firmemente el mensaje que el Ángel le trae, lo acoge en su corazón aunque su mente no pueda abarcarlo. Ella, salta al vacío y pronuncia su Sí incondicional, un Sí que sería el que revolucionaría la historia trayendo al mundo una novedad incomprensible para muchos.
Eso mismo le pasa a Francisco. Él ha optado por Cristo y nadie lo detendrá. Como María, acoge en su corazón todos los acontecimientos que Dios le pone en su camino de conversión, salta al vacío sin más apoyos que su fe y su confianza incondicionales, pronuncia el Sí y llevará Cristo hombres y mujeres de todos los tiempos; tantos que, ni siquiera él, podría dar crédito de ello.
Nuestra manera de obrar es distinta, dista infinitamente de la de María. Así los que decimos creer pedimos demostraciones, pruebas, certezas, oportunidades… sin darnos cuenta de que la fidelidad ha de pasar por la prueba de la confianza, la perseverancia y la coherencia.
Es importante vivir la Navidad como la vivía San Francisco. Fascinado por el misterio, traspasado por el amor, inundado por la delicadeza, la grandeza, el silencio, la inmensidad de Dios, escondido en un Bebé indefenso.
Creo que necesitamos callar, serenarnos, aplazar las compras y los regalos, dejar el desasosiego de los gastos y decir desde lo profundo de nuestro corazón, lo mismo que lo diría San Francisco:
Aquí estamos Señor,con el alma abierta a tu amor
y el corazón ansioso de tu cercanía.
Aquí estamos con la necesidad de encontrarnos contigo,
de liberar nuestro interior y de sentirte a nuestro lado.
Aquí estamos para alabarte,
porque de nuestro ser agradecido
brota la acción de gracias y el canto.
Aquí estamos en oración para gozarnos contigo,
como gozó María al desgranar el Magníficat.
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