miércoles, 23 de diciembre de 2020

LEYENDA DE NAVIDAD

Un día, Dios miró a la tierra desde el cielo y vio que el mundo era como un inmenso archipiélago: un mar lleno de islas, millones de islas, nada más que islas.

Y en cada isla, vivía una sola persona, sólo una persona que no se podía comunicar con nadie, porque las aguas que separaban las islas eran profundas y tumultuosas.

La gente se estaba volviendo loca: no podían saludarse ni hablar con los otros; no podían compartir ni un café ni un pedazo de pan. No es que no hubiera comida en cada isla. Había alimentos, pero faltaba amor, que es tan necesario como el pan.

Y como no había manera de entrar en contacto con los demás, estos solitarios no tenían otra diversión que tirar piedras desde su isla hasta la más próxima. Adquirieron tanta destreza, que las piedras alcanzaban gran velocidad, y, a veces, herían gravemente al habitante de las islas cercanas.

De ese modo, el archipiélago se convirtió en una guerra a muerte, en un infierno: todos tirando piedras a todos.

Dijo Dios: No sé cómo se pudo llegar a esta situación. Hay que encontrar un remedio.

Y el Espíritu Santo sugirió: ¿Por qué no enviamos al Verbo, que es nuestra Sabiduría, para que construya puentes entre las islas? Así, la gente se podría encontrar y saludar, y dejarán de tirarse piedras.

El Verbo estuvo de acuerdo. Y se hizo hombre en el seno de María. Desde entonces, comenzaron a construirse muchos puentes.

La palabra es un puente. Cuando una persona se niega a hablar a otro, es que se ha encerrado en una isla. Necesita un puente. Que vaya y que diga a su vecino: ¿Cómo amaneció? Acaba de construir el puente de la palabra.

La sonrisa es un puente. No te aísles en un islote con cara seria. Sonríe a los demás y habrás construido el puente de la sonrisa.

Un regalo es un puente. Te habías alejado de los pobres, pero, de pronto, les llevaste una bolsa de alimentos. Levantase el puente de la solidaridad.

Y así es como la Navidad eliminó el inmenso archipiélago de este mundo. Ahora hay puentes por todos lados: puentes de fe, de confianza, puentes de amor, puentes de perdón. Todos tenemos la tarea de ser pontífices, constructores de puentes.

María, cuando le dijo “Sí” al ángel, hizo posible todos estos puentes, porque nos trajo al pontífice por excelencia, que es el niño Jesús. Él comenzó, con su nacimiento, a construir puentes sobre el mar del odio, de las venganzas, de la codicia y el egoísmo.

Pero es mucho trabajo para uno solo. Jesucristo nos pide a todos: "Ayudarme a construir puentes de alegría y felicidad”.

¿Todavía no has construido ningún puente? Entonces, sigues encerrado en tu isla. Y no podrás celebrar la Navidad.

Carlos Bazarra, capuchino

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