Primero: Jesús resume toda la maraña de leyes y mandatos en dos: amar a Dios y amar al prójimo. Con dificultades (porque resumir se piensa que es banalizar) lo habría admitido el judaísmo. La esencia de una fe no está en el número de mandatos.
Segundo: No solamente resume, sino que equipara el segundo mandamiento (el amor al prójimo) al primero (amor a Dios). “El segundo es semejante al primero”, dice. O sea: la manera de amar a Dios es amar al prójimo. Ese es el modo que Jesús plantea.
Pero hay algo más: Dice la Primera Carta de san Juan que el amor al prójimo es, de alguna manera, el primero porque hace visible el amor a Dios. Efectivamente: uno puede decir que ama mucho a Dios, pero eso no ve. En cambio si se ve si ama al hermano o no. Por eso, el amor al otro es, de alguna forma, mandamiento primero.
Consecuencia: Eso quiere decir que la medida del vigor de nuestra fe es la buena relación. ¿Quieres saber si tu fe va bien, si es vigorosa? Mira cómo van tus relaciones con los demás. ¿Te relacionas bien? Puede que tu fe sea vigorosa. ¿Te relacionas mal? Cae sobre tu pretendida fe un pesado interrogante.
Helder Cámara dijo que es posible que haya quien no lea el evangelio, pero leerán tu vida. Y si tu vida es compasiva, solidaria y generosa, quizá eso le lleve a Dios. Si tu vida es egoísta, dura y violenta, eso les alejará de Dios.
Decía hace unos días el rabino judío Jeremías Milgrom a propósito de la guerra en Israel: “Es más importante que nunca ser compasivo con todas las víctimas y firmes con la defensa de todas las vidas humanas”: ese es el camino a seguir, el rostro del amor a Dios en esta difícil circunstancia.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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