Escuchar, en primer lugar. Francisco, delante del Crucifijo, escucha la voz de Jesús que le dice: “Francisco, ve y repara mi casa”. Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. ¿Pero qué casa? Poco a poco, se da cuenta de que no se trata de ser albañil y reparar un edificio hecho de piedras, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el Rostro de Cristo.
En segundo lugar, caminar. Francisco fue un viajero incesante, que atravesó a pie innumerables pueblos y aldeas de Italia, asegurándose de estar cerca de la gente y eliminando la distancia entre la Iglesia y el pueblo. Esta misma capacidad de “salir al encuentro”, en lugar de “esperar en la puerta”, es el estilo de una comunidad cristiana que siente la urgencia de hacerse cercana en vez de encerrarse en sí misma. Esto nos enseña que quien sigue a san Francisco debe aprender a estar quieto y ser caminante: quieto en la contemplación, en la oración, y luego ir adelante, caminar en el testimonio, el testimonio de Cristo.
Por último, anunciar hasta las periferias. Lo que todos necesitan es justicia, pero también confianza. Sólo la fe devuelve el soplo del Espíritu a un mundo cerrado e individualista. Con este suplemento de aliento se pueden afrontar los grandes desafíos presentes, como la paz, el cuidado de la casa común y un nuevo modelo de desarrollo, sin rendirse ante los hechos que parecen insuperables.
Papa Francisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario