El mes de mayo toma su nombre de la diosa romana Maia, diosa de la primavera y de la fertilidad. Quienes experimentamos el cambio de las estaciones a lo largo del año sabemos que Mayo es el mes de las flores. Es el mes ideal para estar al aire libre disfrutando de la belleza de nuestros campos. Desde la tradición y sensibilidad franciscana, todo lo que nos rodea nos ha de recordar al Creador. Todas las criaturas nos han de llevar al Creador.
Ya desde la Edad Media los cristianos empezaron a asociar este mes con la Virgen. A partir del siglo XIII el rey Alfonso X el Sabio, en las Cantigas de Santa María compara la belleza de la Virgen con la del mes de mayo. Precisamente las flores uno de los regalos más frecuentes para agradecer algo a alguien. Por eso este mes, el de las flores, lo dedicamos a la criatura que ofreció su vida al cuidado de Jesucristo, el Hijo de Dios: a María, la Virgen Madre. Poco a poco, distintas órdenes religiosas, como los Dominicos y Franciscanos y más tarde los Jesuitas fomentaron la devoción mariana en este mes, a través de distintos rezos y ejercicios devocionales.
La tradición cristiana nos presenta a María como una mujer de profunda vida de oración. Humilde, sencilla y generosa. De las que se olvidaba de sí misma para darse a los demás. Una mujer servicial, alegre, paciente con su familia, que sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida.
Ella, de alguna manera nos presenta el rostro casero y cercano de Dios. Así lo afirmó en su breve pontificado de 33 días, Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I, en el Ángelus del día 10 de septiembre de 1978 al decir que “Dios es Padre, más aún, es Madre”. Dicen que esta afirmación entonces causó un gran desconcierto en la mayoría de sus oyentes, acostumbrados al uso del lenguaje masculino cuando se habla de Dios. Recuerdo también que, siendo estudiantes de teología leímos el libro de Leonardo Boff, “El rostro materno de Dios”. Sabemos que, al hablar de Dios la Biblia no sólo utiliza un lenguaje masculino, sino que lo compara como una madre que consuela a sus hijos. “Como un hijo a quien su madre consuela, así os consolaré yo”, dice el profeta Isaías. De la misma manera que una madre no puede olvidarse del hijo de sus entrañas… Dios tampoco.
En este mes sentimos de manera especial a María como madre. Le hablamos de lo que nos pasa, de lo bueno y lo malo. Acudimos a ella en muchos momentos y le pedimos que interceda ante su Hijo por nosotros. Lo hacemos con las oraciones con las que se ha dirigido la Iglesia a lo largo de la historia: El Ángelus, el Regina Caeli, la Salve, el Rosario… Con otras más actuales y con distintas canciones, expresamos nuestros sentimientos ante ella: “Dulce Madre, no te alejes, tu vista de mí no apartes. Ven conmigo a todas partes y solo nunca me dejes. Y ya que me proteges tanto, como verdadera madre, Haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.
Benjamín Echeverría, capuchino
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