Este tipo de solidaridad apunta a mucho más que a unos actos de generosidad esporádicos, nacidos de sentimientos pasajeros. Nace de una manera de pensar y de vivir en términos más de comunidad, de fraternidad. Según los casos pueden adquirir tintes también sociales y políticos, pero en general se mueve en los ámbitos de ciertas tradiciones comunitarias: barrio, poblado, vecindad, etc. Es un contraste ante el aislamiento, la autonomía mal entendida, la autosuficiencia y al “sálvese quien pueda” que reina en nuestra sociedad.
Es curioso cómo en el libro de los Hechos de los Apóstoles se dice que en las primeras comunidades cristianas “ponían todo en común y no había nadie que pasara necesidad”. Y en las historias de los orígenes del franciscanismo, el trabajo y el cuidado entre los hermanos y con la gente era de igual a igual. Quizá resulte que cuanto más tengamos y menos necesidades vivamos, menos contamos con los demás y nos vayamos volviendo más individualistas y egoístas. Mientras que en la necesidad, aunque no sea automático, surge la urgencia del movimiento solidario.
El espíritu franciscano no está lejos de esta realidad, sino que la lleva en sus entrañas, aunque ya no lo vivamos con tanta intensidad.
Carta de Asís, mayo 2024
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