martes, 30 de abril de 2024

PRIORIDAD DE LA VIDA ORDINARIA

La mayor parte de nuestra existencia la invertimos en la vida ordinaria, esa que no tiene ningún brillo especial: rutina diaria, relaciones habituales, ritmo de trabajo y descanso... En nuestra cultura del bienestar se valoran especialmente los tiempos de vacaciones relacionadas con esas vidas brillantes que destacan sobre las demás. Por ello, la vida ordinaria, la cotidiana, es percibida como casi no vida. La expresión “esto sí que es vida” no se refiere a la vida plana de todos los días, sino a esa otra más extraordinaria por algún motivo: sensaciones nuevas, placer llamativo, descanso desenfadado y despreocupado, con un estilo fuera de lo habitual, o también con un punto de dinamismo juvenil…

Y sin embargo, quitando algunos momentos marcados de la vida que nos piden romper con algunas cosas, la mayor parte de nuestra biografía se desarrolla en la vida ordinaria. Y es precisamente en ella donde van tomando forma y van aquilatándose las cosas más importantes de nuestra existencia: las relaciones que marcan, las opciones que hemos tomado, nuestras verdaderas potencialidades y limitaciones… La realidad que nos toca vivir, con todas sus ambivalencias, es más rica que nuestros ideales, nuestros sueños, nuestros deseos de perfección.

Es en la vida ordinaria donde nos jugamos en verdad lo que somos y queremos ser. Es en ella donde nos vamos gastando y vamos dejando lo que somos. Por ello, es en la vida ordinaria donde somos en verdad lo que somos, y vamos siendo de verdad. Esa mirada es imprescindible para vivir en verdad nuestra condición. Y Dios nos quiere ahí, precisamente. Es una de las mayores lecciones vitales que requiere tiempo y humildad.

Podemos vivirla como rutina que seca el corazón, o como rutina que ahonda la interioridad, que hace el amor más profundo y una fe más verdadera, aunque más oculta.

Carta de Asís, abril 2024

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