El proyecto de Clara y Francisco consiste en seguir a Jesús como hermanos y hermanas, a través de estilos diferentes y complementarios. Mientras que Francisco recupera el modelo apostólico (itinerancia, predicación y fraternidad), Clara se centra en la escucha y el servicio a Jesús, al estilo de Marta y María en la casa de Betania.
Nuestra identidad carismática se expresa en el modo de vivir las relaciones. La pobreza nos centra en lo fundamental, evitando que las cosas materiales se conviertan en obstáculos entre nosotros: Y aquellos que venían a tomar esta vida, daban a los pobres todo lo que podían tener y no queríamos tener más (Test 16-17). Todos los hermanos son iguales: corresponde a todos trabajar con las propias manos, la predicación no es exclusiva de los clérigos, el lugar de origen no cuenta.
La fraternidad garantiza la libertad y propicia la gratuidad en las relaciones interpersonales, que exigen, de modo incondicional a todos los hermanos, la renuncia a cualquier tipo de poder. Para Francisco, sin libertad, sin creatividad y sin responsabilidad no existen verdaderas relaciones fraternas: Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia (CtaL 3).
Las dificultades experimentadas por Francisco en las relaciones fraternas hacen creíbles las palabras que dirige a un hermano que le pidió ayuda: los problemas fraternos no se resuelven huyendo a un eremitorio ni deseando que los otros sean mejores cristianos. Solo así se abren espacios de gratuidad que nos libran del ansia de expectativas y de dominio. El secreto para vivir a la altura de estas exigencias está en la contemplación, espacio irrenunciable en el que nuestros ojos se cargan de misericordia: Que no haya hermano en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, – no se aleje jamás de ti - sin tu misericordia (CtaM 8).
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