viernes, 17 de enero de 2025

¿TODO SE PERDERÁ O NADA SE PERDERÁ?

Las ciencias nos hablan del cambio continuo desde los niveles más minúsculos de la materia y energía, hasta las grandes constelaciones de galaxias del universo que conocemos. Más a nuestro nivel, también vivimos en continuo cambio: cultura, política, relaciones personales, valores… Según esto, muchos dicen, y está muy extendida entre nosotros la idea de que nada permanece; y por ello todo se perderá. No es una idea nueva en el pensamiento humano, pero hay épocas en las cuales parece que este modo de pensar es la que impera.

El siguiente paso viene rápido: nada hay que tenga valor de eternidad. Según esto, todo pierde peso y consistencia. Eso de amor eterno, vida eterna, justicia para siempre… no serían más que sueños de estos seres humanos que se creen el centro del universo, pero que ellos mismos están de paso de la nada hacia la nada.

Sin embargo, nuestras vidas concretas, si nos fijamos con atención, están marcadas por otro tipo de funcionamiento. Lo que de verdad nos hace vivir de un modo u otro, lo que nos hace tomar un rumbo u otro, no son modelos de pensamiento, sino acontecimientos totalmente frágiles y perecederos que, sin embargo, nos marcan para siempre. Un encuentro con alguien entrañable, un disgusto imprevisible, el amor de mi vida, la indignación producida por una injusticia, el estremecimiento ante la inmensidad del universo o el volar de un insecto… pueden hacer, y de hecho hacen, tomar decisiones vitales que determinan toda la historia de una persona.

Dice un filósofo: “Todo se perderá, pero casi seguro que el grosor invisible de un acto de generosidad supera al del manto de la Tierra. (...) Todo se perderá pero, de algún modo, cuenta más que una persona ayuda a otra que mil galaxias desaparezcan del firmamento”.

Carta de Asís, enero 2025

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