domingo, 12 de enero de 2025

UN DIOS PARCIAL

En la escena del bautismo del Señor, momento decisivo en la vida de Jesús, se confirma su decisión de entregarse a los humildes con una frase que se toma de los viejos cantos del siervo de Isaías: TÚ ERES MI HIJO AMADO, EN TI ME COMPLAZCO. ¿Qué quiere decir esto?

Los cristianos no creemos en Dios en general, sino de un modo particular y concreto: creemos en el Dios de Jesús, el que Jesús nos ha desvelado, el que aparece en los evangelios: el Dios del perdón generoso, de la paz sosegante, de la acogida sin exigencias, de la generosidad probada, de la ternura que va más allá de las leyes, etc. En ese Dios creemos.

Ese Dios es Dios de todos, pero no del mismo modo: se pone del lado del pobre para sostenerlo y, desde ahí, conmina al poderoso para que se apee de su superioridad a que causa tanto dolor a los humildes. Aunque nos parezca inapropiado decirlo, el de Jesús es un DIOS PARCIAL, la parcialidad de uno que, en las duras palabras de María que no podemos edulcorar, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.

No seamos excluyentes: todo el mundo puede acceder a la propuesta de Jesús. Pero eso sí, hay que situarse, como el Dios de Jesús, en el lado de las pobrezas. Quitarle este potencial “revolucionario” al Evangelio, por trasnochado que parezca, es matarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario