Poco antes de morir, Francisco pide que le lean el relato evangélico del lavatorio de los pies, y es entonces cuando entrega a los hermanos su última voluntad: amor gratuito, fidelidad a la pobreza y obediencia a la Iglesia. No se apropia de nada. Lleno de agradecimiento, restituye todo lo recibido. La hermana muerte no le arrebata cosa alguna, pues, cuando sale a su encuentro, halla solo su cuerpo desnudo sobre la tierra desnuda y, en sus labios, el Cántico. Así muere Francisco: desnudo y cantando.
En el Testamento, Francisco nos entrega su memoria y los elementos más importantes de nuestra identidad. Los primeros Capuchinos trataron de comprender al Poverello desde este texto, por eso fueron llamados los hermanos del Testamento. Para nosotros, la reforma constituye un destacado elemento carismático. Nuestra fidelidad consiste en no cansarnos de creer que el sueño del Evangelio es posible. Y de regresar a la Porciúncula, junto a la Madre, Santa María de los Ángeles, corazón de nuestra fraternidad, para no olvidar el sentido de nuestra vida. ¡Comencemos, hermanos!
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