Quizá sean justamente nuestras necesidades, nuestras dimensiones más pobres las que nos llevan a buscar la compañía de hermanos y hermanas que nos protejan, nos amparen en aquello que necesitamos. Aquello en que soy pobre y débil –dándome cuenta de ello-- hace que sea capaz de dejarme acompañar. Y precisamente esto hace posible que pueda ver al hermano, hermana también en su vulnerabilidad, en su necesidad, y poder también yo acompañarlo en su fragilidad. Y todo esto no para lamentarnos de nuestra situación y dejarnos llevar por el camino de la desesperanza, sino para poder acompañarnos más hermanados. La fraternidad se fortalece por nuestras pobrezas. El cimiento de ese cuerpo que es la comunidad es la pequeñez y la vulnerabilidad, la propia y la de cada uno de los hermanos y hermanas, la de todos nosotros.
Y Dios al fondo de este ensamblaje de pobres y necesitados. “Bienaventurados los pobres…”
Carta de Asís, febrero de 2025
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