En otras partes del mundo, esa misma luna fue testigo de otras situaciones, quizá incluso del nacimiento de nuevas vidas, de las aguas tranquilas de otros mares, pero en este lugar de la Tierra, la luna era testigo de un encuentro del hombre en toda su esencia con el Dios que lo habitaba, la luna era testigo de una súplica, de una renuncia, de una aceptación de la vida tal y como viene ante límites insospechados.
La luna, con la capacidad para mover mareas, iluminar caminos, indicar senderos a los perdidos, es la misma luna que hoy nos ilumina en nuestra noche del alma o en nuestros caminos recientemente abiertos, no es más importante la circunstancia que estemos viviendo que la experiencia de Dios que hay detrás. La luna de Nisán, la primera luna llena de la primavera viene a hablarnos de la fuerza que todos tenemos para superar las dificultades y encarar la vida como Jesús lo hizo, sin esperar milagros que nos libren de las situaciones. A la luz de la luna, se abren los caminos de la confianza, de la entrega, caen las barreras y las resistencias, porque la vida se abre paso tal y como más nos conviene.
Miremos a la Luna, esté brillante o esté tapada por las nubes, imaginemos el rostro de Jesús y entremos en la noche de nuestra vida, en lo más profundo y en lo más oscuro, donde solo Dios habita y sintamos como es ahí donde todo está en paz y la Luna de Nisán nos ilumina.
Clara López
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