Hay bienaventuranzas que nos parecen decisivas (los pobres, hambre y sed de justicia). Otras quedan más en la penumbra. De una de esas queremos hablar: Bienaventurados los limpios de corazón. Son aquellos que, por milagroso que parezca, no albergan el mal en el corazón, no ven segundas intenciones, no piensan jamás que el otro se pueda acercar a ellos para darles la puñalada por la espalda, son capaces de hacerte un favor después haber tenido un desencuentro contigo. Gente de mirada y de corazón claros, que ha vaciado su carpeta de agravios.
Dice el evangelio que esos verán a Dios. Los rabinos decían que se ve a Dios en la faz de los grandes intérpretes de la Ley. Jesús dice que se ve a Dios en el rostro y la vida de los limpios de corazón. ¿Por qué? Porque Dios es el gran limpio de corazón, el Dios sin doblez, y quien es como él hace visible su rostro.
Quizá hayas tenido la suerte de haber vivido con alguna persona de corazón limpio. Ocurre que no son gente importante sino muy sencilla. Tienen algo en la mirada y en el corazón que cautiva. Es fácil que, a veces, nos saquen de quicio porque los consideramos simples. Pero su alegría es el signo de su bondad. Si tienes cerca a una de esas personas, da gracias a Dios por ello y agradéceles aunque no sea más que con una sonrisa o una buena palabra.
Fidel Aizpurúa, capuchino
