Ayer mientras volvía en autobús a casa miré a mi derecha, y en la acera, había una pareja besándose; miré a la izquierda y me encontré con otra pareja que se mostraba su cariño en la calle. No pasaron treinta segundos y otra pareja más, que estaba en el mismo autobús dos asientos más allá, también se besaba con todo su amor.
Una sensación apareció: ¡qué maravilla, cuanto amor se derrama por las calles! ¡Cuántas personas hay dando su amor, haciendo que todos seamos un poco más felices! Y me di cuenta que cada uno de nosotros somos como ‘una célula’ generadora de amor. Cada uno somos un ser que tiene como finalidad amar. Nuestro Buen-Dios-Amor no se ha guardado para sí la capacidad de regalar amor, sino que nos ha hecho a cada uno de nosotros fuentes de amor. Es decir, somos 7000 millones de generadores de amor en este planeta, 7000 millones de amantes. ¿Y si nuestro sentido último fuera que a cada rincón de la tierra llegara el amor? ¿Que ningún espacio, ni persona se quedase sin el mayor regalo que podemos recibir? ¿Y si fuéramos una especie de virus del amor que hace que todo el mundo quede infectado, tocado de este maravilloso veneno?
Es verdad que podemos no actuar como amantes que somos y así es como ocurren todas esas cosas que vemos todos los días en los telediarios. Pero también es verdad que cuando actuamos queriendo, nos sentimos bien por dentro y sobre todo hacemos más dichosos a los que han tenido la suerte de estar cerca de nosotros: dos muy buenos indicadores de que en esos actos hay algo de lo más genuino del ser humano. (Hno. Javier Morala)
Ojalá que ese virus de amor fuera resistente a todas las medicinas conocidas e infectara gravemente a todo ser viviente no?¡Bonita pandemia!
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