La espiritualidad cristiana tradicional ha tenido un contencioso, aún sin solucionar, con todo lo relativo al cuerpo. Casi siempre se ha resuelto el dilema haciendo ver que la corporalidad era causa de sufrimiento y de pecado. En realidad, como dicen algunos autores, nunca la cultura cristiana se apartó tanto del Espíritu como cuando abandonó el cuerpo. Es una paradoja sólo en apariencia, porque, según el Evangelio, en Jesús el Espíritu se hace cuerpo.
La tradición cristiana ha macerado los cuerpos en la Cuaresma. Quizá sea el momento de sustituir esa perspectiva por una espiritualidad humanizadora sobre el cuerpo. Desde esa benignidad podremos entender la historia como lugar de encuentro don Dios. (Fidel Aizpurúa)
La tradición cristiana ha macerado los cuerpos en la Cuaresma. Quizá sea el momento de sustituir esa perspectiva por una espiritualidad humanizadora sobre el cuerpo. Desde esa benignidad podremos entender la historia como lugar de encuentro don Dios. (Fidel Aizpurúa)
“Puede la Tierra asirme con sus brazos gigantes. (…) Ya no me perturban los encantos de la Tierra desde que, para mí se ha hecho, allende de ella misma, cuerpo de Aquel que es y de Aquel que viene... La Muerte es la encargada de practicar hasta el fondo de nosotros mismos la abertura requerida. Nos hará experimentar la disociación esperada. Nos pondrá en el estado orgánico que se requiere para que penetre en nosotros el Fuego divino. Y así su poder nefasto de descomponer y disolver se hallará puesto al servicio de la más sublime de las operaciones de la Vida”. (T. de Chardin, El medio divino, p.89)
No hay comentarios:
Publicar un comentario