martes, 16 de junio de 2015

BASÍLICA DE SANTA CLARA

Esta Iglesia se construyó para albergar la tumba de Clara; aunque en realidad ella vivió siempre en San Damián, la pequeña iglesita que reconstruyó Francisco cuando oyó a llamada.
   Clara eligió como Francisco vivir en absoluta pobreza y dejar que Dios pasara a ser toda su riqueza. Esto lo consiguió no sin esfuerzo y justo al final de su vida el Papa Inocencio IV le concedió el permiso en una Bula que le llevó él, personalmente, dos días antes de su muerte el 11 de agosto de 1253.
   Ella cumplió el sueño de Francisco que no era otro que el de adorar. Adorar significa poner tu corazón al lado de Dios y saber y sentir que somos de Él y Él es para nosotros.
   Con ella y desde ella sus hermanas Clarisas se encierran gustosamente en clausura; se cierran para el mundo y abren su vida absolutamente para Dios.

Reflexión: Todavía más difícil que la opción de Francisco, aún menos comprensible hoy en día, parece esta vida de Clara: convertir toda la vida en oración, toda la oración en ofrenda, todas la ofrenda en alabanza.
   Ante esto, nos quedamos mudos por el asombro. Tenemos que saber que muchas de las oraciones y súplicas de Clara y sus hermanas Clarisas consiguen que Dios nos mire y Él nos mira siempre con amor.

Al regresar tengo grabada todavía en la retina la belleza de la puesta de sol sobre el valle de Asís junto a la campana de Santa Clara.
   Ahora en el colegio, en el trabajo de cada día, en el esfuerzo continuo de las clases, en el ir y venir constante de alumnos, también encuentro belleza, vida, reconozco la alegría… Y toda la experiencia preciosa de este viaje se hace más rica al compartirla con vosotros.
Carmen Mª Meseguer Martínez


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