En la vida no siempre tenemos claro hacia dónde nos dirigimos. Nacemos en una familia concreta, recibimos de ella el cariño, la educación y unas pautas para ir saliendo adelante en la vida, las mejores que nuestros padres y maestros nos pueden dar mientras nos van acompañando.
Aunque parece claro a dónde van a ir nuestros pasos, también existen momentos y situaciones en las que cada uno tiene que plantearse hacia dónde va. Tiempos en los que hay que tomar decisiones que pueden configurar toda la vida: ser religioso, casarse o no,… trabajar en tal o cual cosa, vivir en un sitio u otro…
También llega un momento en que parece que todo está bien organizado y todo va “sobre ruedas” pero, por dentro, sabemos que necesitamos preguntarnos hacia dónde va la vida, hacia dónde vamos orientando el camino. Hemos podido llegar a estar tan acomodados que vamos perdiendo el horizonte de nuestra vida.
Quizá ha llegado el momento de replantearse algunos modos de vivir para cambiar, para dar un sentido nuevo a nuestra vida porque el planteamiento anterior se ha quedado obsoleto y ya no sirve, ya no llena de ilusión, ni de esperanza.
Mirando el pasado, aceptándolo y asumiéndolo, ha llegado el momento de mirar hacia el futuro, de pensar qué quiero de mí mismo y de mi vida.
Si miramos a Dios, por el camino de Jesús, podremos ir descubriendo hacia dónde debemos dirigir nuestros pasos para dar el sentido necesario a todo lo que ha ido ocurriendo a lo largo de una existencia vivida con sus momentos de llanura, de ascensos a montañas con grandes dificultades y enormes descensos en los que, más de una vez, nos habremos llevado golpes por desilusiones, decepciones, contrariedades, pero el camino continua hasta que llegue el final de la vida, allá.
Carta de Asís, noviembre 2015
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