¡Poneos en pie, alzad la cabeza! Es la aclamación como si de una batalla se tratara para esta primera semana de Adviento. Porque cuando algo se comienza se hace desde lo más auténtico y con el ánimo de saber que todo va a salir bien. Y ¿qué es en esta ocasión lo que nos mantiene así? Una certeza, la realidad de que es nuestro adviento, la posibilidad una y otra vez de la venida a nosotros mismos cada vez que nos desconectamos, porque caer en la cuenta de que vivimos descentrados es ya tomar el camino de vuelta a casa y por tanto encontrarnos con Él. Todos los deseos, sueños y anhelos que surgen en estas semanas no son otros que un grito interno de lo más genuino que habita en nosotros. Un grito que dice “ven”, vuelve a casa, pero no a alguien que habita fuera sino a nosotros mismos que vivimos más fuera que dentro. Revivir y celebrar la venida de Jesús es algo más interno que un mero recuerdo de lo que sucedió hace 2000 años. Para mí es caer en la cuenta de que lo que sucedió en Él sucede en mí, que el Verbo de Dios que se encarnó lo hace también en mí porque la Historia de Salvación que tuvo en Jesús la tiene también en mí porque el Encuentro se produce. Sí, alzad la cabeza, porque en cuanto se produce el encuentro en lo más profundo se alcanza la máxima dignidad del hombre, porque éste no está creado para otra cosa que para vivir en una continua experiencia de Dios.
El Adviento ha llegado y con él incluso sentimientos de tristeza, miedo o soledad que nada tienen que ver con el Misterio de la Encarnación.
Ya estés en un momento de religiosidad o de hondura espiritual; ya reconozcas a Cristo como tu Señor o no sepas ni dónde te encuentras el Adviento viene para todos para alzar la cabeza en señal de un reencuentro eterno y constante en el reconocimiento del tiempo presente como el único que existe y como aquel en dónde únicamente Dios habita.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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