Ultimamente se está hablando mucho de los nacionalismos. Hay personas que los aborrecen a todos y a algunos más en particular. A veces detestan el nacionalismo de otros, pero no el suyo. Las palabras y actitudes son, con frecuencia, de mucha dureza.
En realidad, los nacionalismos, con un ropaje o con otro, acompañan el caminar de las personas, desde las cavernas hasta hoy. Y posiblemente, sea un componente de la estructura humana de difícil transformación. Es cierto que la distinción entre nacionalismos excluyentes e incluyentes es decisiva. Nada tiene que ver un nacionalismo que excluye y aniquila, con otro que, sintiendo y valorando las propias raíces, es flexible hasta incluir a quien no es oriundo de esa “nación” en el ambiente elegido llegando a ser considerado uno más.
Quizá el nacionalismo benigno tenga cosas buenas, el amor a las raíces, la valoración de lo heredado, la referencia que me hace ser pueblo, el disfrute de la pequeña historia de cada grupo, de cada pueblo. Pero el peligro es evidente.
Dicen que el nacionalismo se cura viajando. Y quizá, más todavía, amando. Porque el amor pone a raya cualquier exclusión y el desamor, dejado a sus anchas, puede llevar a exclusiones tremendas.
Un corazón abierto es proclive a incluir. Un corazón duro y cerrado excluye con facilidad. ¿Cómo construir en nuestra vida un corazón abierto?
- Una de las claves está en la acogida: si acoges con facilidad, demuestras que tienes un corazón abierto. Si te cuesta acoger, quizá tengas un corazón cerrado.
- Es más posible tener un corazón abierto si te esfuerzas por ponerte en la situación del otro. ¿Qué habría hecho yo en su caso? Es una pregunta que habría de ser recurrente.
- Un corazón abierto es aquel que, aun sin entender todas las razones del otro, está dispuesto a dialogar y a intentar por todos los medios llegar a algún tipo de conclusión conjunta.
- Tiene dificultades para lograr abir el corazón quien da por perdida la partida antes de jugarla, quien dice que con esos no hay nada que hacer, quien ante el primer intento fallido desiste.
Un corazón abierto es el mejor antídoto contra el veneno del nacionalismo excluyente. Además es tan contagioso que puede animar a otros andar esa senda de comprensión y armonía.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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