Estas personas nos ayudan a vivir desde más adentro y mirando la realidad nuestra y del entorno desde más allá. Notamos que son nuestros hermanos/as mayores en que algo de nosotros por dentro conecta con ellos, aunque no sepamos poner en palabras. Como si al verlos y escucharlos algo en nuestro interior despertara, se clarificara, vibrara al unísono. Percibimos una verdad de vida que nos da más vida, sentido, luz, ánimo... Es como si fueran por delante en la aventura de la vida.
Seguramente ellos/ellas no se den cuenta de todo esto porque ya tienen bastante con vivir atentos y vigilantes a lo que la vida les está deparando. Y si se les dice algo de lo anterior, hasta se extrañarían de lo que se dice de ellos. Tener un hermano, una hermana mayor es una gran suerte porque no nos sentimos huérfanos en nuestro caminar.
Y lo que es una bendición es tener un hermano, una hermana mayor en la fe. Percibir en ellos, con sus luces y sombras, que su vida, su fe no es fruto de su esfuerzo, sino que lo viven como regalo; tienen conciencia de pecadores, pero no quedan anulados por ello; la tienen enraizada en la vida y la alimentan desde dentro; su alimento es el amor discreto, personal, trabajado, sufrido y gozado. Son un don de Dios.
Carta de Asís, octubre 2018
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