Miro la Iglesia, tan llena de cosas esperanzadoras y, a la vez, tan desbordada de corrupción, de enfrentamientos fraternos, de trincheras… y añoro a Francisco.
Aquel hombre pequeño amó profundamente a la Iglesia y, aún en su rebeldía, fue fiel y nunca pronunció una palabra de reproche, aunque el celo lo consumiera por dentro.
Cada vez más a menudo me asalta la desesperanza. El silencio de Dios, su aparente ausencia de este mundo y, tantas veces, de su Iglesia me hacen ver todo oscuro. Y es entonces cuando Francisco enciende mi esperanza.
Francisco de Asís es, más allá de todo, el hombre que evidencia que es posible seguir a Cristo, pobre y crucificado. El hombre que nos muestra que se puede vivir sin tener y ser feliz. Que se puede renovar la Iglesia, que se puede reconstruir la Iglesia, sin necesidad de atrincherarse en tradiciones, ideologías, dogmas o ritos.
Francisco vivió el Evangelio, sin glosa, sin interpretarlo, al pie de la letra y con eso, simplemente, cambió la sociedad de su tiempo y la Iglesia que amenazaba ruina.
Cuando miro al mundo y la Iglesia de hoy, insisto, con sus grandes luces y sombras, tengo nostalgia de Francisco… o de uno que, como él, nos muestre el Camino, pobre, descalzo y junto a los marginados.
Gabriel López Santamaría
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