Sin embargo, San Francisco es una fuente grande de inspiración para toda la humanidad pero principalmente para quien quiera mirar hoy el mundo con los ojos de la fe. En el Cántico de las Criaturas invitaba a alabar y bendecir a Aquel que ha hecho al hermano Sol “bello en su esplendor” y a la hermana Luna y a las estrellas, “claras, preciosas y bellas”, y a la hermana Agua “humilde y útil”, y al hermano Fuego “fuerte, hermoso y alegre”. La espléndida variedad de las criaturas es captada aquí en su interconexión, en el servicio que unas se dan a las otras, permitiendo la vida. Francisco mira la creación con ojos llenos de un “inefable amor por las criaturas de Dios” que con dulzura sabían contemplar en ellas “la sabiduría del Creador, su poder y su bondad”, como nos cuenta la 1 Cel 80. Más aún, en la Vida segunda el mismo hagiógrafo sentirá la necesidad de explicitar que “en las cosas hermosas él reconoce al Hermosísimo” (2Cel 165). De aquí nace el afecto con el que se paraba antes las flores, los campos, los peces, la cigarra, las abejas a las que quería que “se les suministrase miel y el mejor vino, para que en los días helados de invierno no mueran de hambre” (2Cel 165).Y de ahí también una atención casi paradójica por los seres no vivos, un cuidado que se dirigía también a los más humildes: “Deja que los candiles, las lámparas y las candelas se consuman por sí, no queriendo apagar con su mano la claridad, que le era símbolo de la luz eterna. Anda con respeto sobre las piedras, por consideración al que se llama Piedra” (2Cel 165).
Es como si a sus ojos el mismo libro de la creación remitieres inmediatamente al libro de la revelación, mientras que éste, a su vez, le remite al primero.
Comisión interfranciscana de JPIC
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