viernes, 1 de noviembre de 2019

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

Cuando se trata de vocación, no somos nosotros los que elegimos a Dios sino que él nos elige a nosotros; no somos nosotros quienes proponemos a Dios nuestro proyecto sino que es Dios quien nos propone su proyecto; no somos nosotros quienes hemos de señalarnos objetivos sino que hemos de discernir lo que el Señor nuestro Dios quiere de nosotros. Así lo hicieron los santos. Así queremos hacerlo quienes, como ellos, somos llamados a la santidad.

De ese proceso de discernimiento de la voluntad de Dios en la propia vida, nos dejó testimonio en sus escritos San Francisco de Asís. En medio de oscuridades y sufrimientos, el Hermano Francisco hubo de buscar en la oración cuáles fuesen los designios de Dios para él. Creo que podemos hacer nuestra su “oración ante el Cristo de San Damián”, oración de discernimiento, humilde oración en busca de conocimiento de la voluntad del Señor:

“Sumo y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento”.

Sólo Dios nos puede iluminar acerca de su santa voluntad. Sólo Dios puede darnos la fe, la esperanza y el amor que necesitamos para adherirnos a ella. Sólo él puede darnos “sentido y conocimiento” para que en nuestra vida cumplamos “el mandato” que el Señor nos haya concedido conocer.

Esto fue lo que sucedió con San Francisco –lo cuenta San Buenaventura en su Leyenda Mayor-: “Como quiera que el siervo del Altísimo no tenía en su vida más maestro que Cristo, plugo a la divina clemencia colmarlo de nuevos favores visitándole con la dulzura de su gracia. Prueba de ello es el siguiente hecho. Salió un día Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba ruina, entró en ella –movido por el Espíritu- a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del crucificado, de pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz, procedente de la misma cruz, que le dijo tres veces: «Francisco, ve y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella… Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en la decisión de reparar materialmente la iglesia, aunque la voz divina se refería principalmente a la reparación de la Iglesia que Cristo adquirió con su sangre, según el Espíritu Santo se lo dio a entender y el mismo Francisco lo reveló más tarde a sus hermanos.»

Creo que las palabras de Cristo a Francisco pueden ser una muy buena síntesis del carisma que el Señor nos llama a vivir en estos tiempos en que Satanás parece “habernos reclamado de nuevo para cribarnos como trigo” (cf. Lc 22, 31), tiempos de pasión y prueba para el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Aquel: «ve y repara mi casa», hoy lo escuchamos dicho para nosotros. Se ha hecho necesaria una comunidad de fieles que amen a la Iglesia como la ama Cristo Jesús; que la acudan en su necesidad como cuidaba a Jesús su Madre santísima; que en todo tiempo y lugar sirvan a la Iglesia como la sirvieron los santos.

Monseñor Santiago Agrelo

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