Que se alegren los pobres, los sencillos, la gente de buen corazón; los inmigrantes que no pueden comprarle una bici a su hijo; aquellos que tienen síndrome de Down; quienes tienen el carisma de las lágrimas; los que fueron echados de la Iglesia por gritar «libertad»; aquellos que adelgazaron sirviendo a los hambrientos; los que no fueron amados ni besados suficientemente; las que dieron cariño sin preguntar «¿qué vas a hacer mañana?»; los limpios de corazón; las viejas que amaron a su gato más que a todas las cosas...
Porque llega un cielo nuevo y una tierra nueva, donde Jesús será rey. Y donde, por tanto, reinará la misericordia, la justicia, la belleza, la honradez, el perdón de las ofensas, la amistad y el amor amor, los vivos, los pacíficos y los que tienen hambre y sed de justicia.
Esta es nuestra esperanza, inmensa pero creíble, porque ya hubo quien pasó por la tierra haciendo el bien. Con esta esperanza firme vivimos y, sobre todo, actuamos. Guiados por el «heroico furor» de que los hombres no sufran y sean felices.
Hasta que Dios, felicidad y plenitud de los hombres y las mujeres, sea todo en todos. Amén.
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