martes, 26 de noviembre de 2019

HACER MEMORIA DE DIOS

Las personas hacemos memoria mucho más a menudo de lo que pensamos. Y no solo memoria para recordar qué agenda de tareas tenemos, para recordar nombres o rostros de personas, acontecimientos o pasajes de la infancia, o para recordar las lecciones aprendidas. Usamos la memoria para revivir, en el sentido etimológico de la palabra recordar, que sería como “volver a traer al corazón”. En este sentido, cuando acudimos a la memoria a recordar cómo conocimos al amor de nuestra vida, o cuando nacieron nuestros hijos, o cómo fue aquello que me cambió la vida, en esos casos, no solo se trata del pasado, sino que al recordarlo volvemos a vivirlo, a hacerlo nuevo, a revivirlo. Porque al hacer memoria lo recordado se vuelve a repetir, y así, lo vivido y sentido entonces se vuelve a producir nuevamente, como si fuera por primera vez.

Es lo que hace el pueblo hebreo a lo largo de toda la Biblia. Recordar continuamente lo que Dios ha hecho por ellos. Y cuando se encuentran en situación desesperada y claman pidiendo auxilio a Dios, recuerdan que Dios siempre ha acudido en auxilio de su pueblo. Por eso es el pueblo de la esperanza: porque hacen memoria, y la memoria les lleva a confiar, a creer que así como actuó, volverá a actuar, porque Dios es fiel, y lo ha demostrado.

También nosotros hacemos memoria de Jesús, continuamente. Recordamos lo que hizo y lo que dijo. Recordamos su vida, muerte y resurrección. Pero sobre todo recordamos lo que hizo en la última cena, porque cada vez que lo recordamos Él se hace vivo y presente. Por eso hacemos memoria, porque lo queremos traer al corazón una y otra vez, revivirlo, degustarlo. Porque es nuestro Señor, y de Él recibimos la vida.

Carta de Asís, noviembre 2019

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