El mundo de la solidaridad se ha vuelto muy complejo. Hace tiempo que sabemos que no es suficiente con dar una limosna. El ámbito de necesidades que vivimos en nuestra sociedad es inmenso y los tipos de pobreza incontables. Por ello, el ejercicio de la solidaridad toma multitud de formas. Ante ello, tendremos que cuidar dos aspectos importantes para que nuestra dimensión solidaria sea la más humana posible. Ante la complejidad de necesidades habrá que esforzarse en acertar el modo mejor de cercanía y ayuda que se requiere en cada caso.
Por un lado, el servicio solidario necesita de organización, preparación y competencia. Hay muchas entidades, eclesiales o no, dirigidas a estos menesteres y que invierten recursos y personas en ello. Un modo de ser solidarios será colaborando con ellas económicamente, o siendo voluntario, o dando a conocer sus servicios. Este modo de ayuda tan importante requiere eficacia y buena gestión de los recursos. Para ser solidario no es suficiente con la buena voluntad; hay que saber acertar en el modo de ayuda más eficaz en cada caso.
La solidaridad también tiene otra vertiente tan importante como la anterior: el contacto con las personas necesitadas. Es una dimensión más personal, más arriesgada, más de tú a tú. Ya no se busca tanto la eficacia sino la cercanía, el lado más humano. Esto afecta no solo a nuestras cosas y tiempos, sino a nuestro corazón en el trato con las personas. Así damos calidad a nuestra solidaridad, no por la eficacia del servicio sino porque lo hacemos en humanidad. Esta está al alcance de todos, porque todos conocemos personas que requieren algún tipo de ayuda, y que nosotros se la podemos prestar: tiempo, atención, cuidado, compañía, escucha…
Las dos maneras de solidaridad se complementan. Muchas veces no se podrá ser solidario en las dos dimensiones en la misma proporción, pero sí habrá que tenerlas en cuenta las dos y cuidarlas.
Carta de Asís, enero 2022
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