Las épocas antiguas fueron más duras que la nuestra. Por eso, hablar de una espiritualidad del disfrute a nivel popular quizá sea excesivo (Abderramán III dijo aquello de los 14 días de felicidad). Sin embargo, la historia humana siempre ha ido tras la dicha y en la Biblia queda reflejado claramente (Qoh9,7-10).
Los evangelios no ponderan directamente el disfrute. Pero no
hay que olvidar algo que hemos dicho en otras ocasiones: el programa de Jesús
es, ante todo, un programa de dicha. Por ella está interesado, más que por el
pecado. Si se quiere construir la adhesión a Jesús, adhesión de amor, habrá que
contar con el disfrute porque ¿qué es un amor sin disfrute?
- En los evangelios hay, a veces, como dos niveles: Jesús habla a la gente de una manera, pero luego “en casa” se expresa con más detalle y amplitud (Mc 7,17). Posiblemente que tales encuentros estaban enmarcados en el gozo de la amistad profunda.
- Dice en la escena de Zaqueo (Lc 19,1-10) que Jesús fue acusado de ir a “alojarse” en casa de un pecador. El verbo tiene unos trasfondos curiosos: alude al hecho de que, cuando un visitante se hospeda en una casa, avía primero los animales en la cuadra y luego sube para comer y “se suelta el cinturón”, se pone cómo dispuesto a la cena y a la larga charla. Algo de eso indica el verbo “alojarse”: ha hablado tranquila y disfrutantemente con un pecador. Un Jesús que habla con disfrute con nosotros. Una maravilla.
- A veces se ha interpretado el texto de la vuelta de la misión (Mc 6,31) como ir a un sitio tranquilo a descansar, a rezar, a disfrutar. Quizá tenga más que ver con un lugar de reorientación porque no han hecho la misión correctamente (han enseñado al modo judío). Pero posiblemente el marco de la naturaleza fue gozoso para Jesús y los suyos.
Texto: Mt 11,16-19: «¿A quién se parece esta
generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: “Hemos
tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis
llorado.” Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio.”
Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y
borracho, amigo de publicanos y pecadores.” Pero los hechos dan razón a la
sabiduría de Dios».
- Este texto insólito muestra la causa del rechazo de Jesús: es que Israel es un pueblo que, por definición, rechaza a cualquier profeta que se le envía, coma o ayune. Esto es la excusa, pero en el fondo hay una actitud que impide acoger la presencia de Dios en la mediación histórica.
- De cualquier manera es interesante que Jesús quede caracterizado como uno “que come y bebe”, como uno que disfruta con lo más básico de la existencia humana. No es un profeta en el monte, no es un asceta ayunante, no es un rechazador de los caminos de la vida. Es uno como todos que disfruta comiendo y relacionándose.
- Los “títulos” de comilón y borracho son extraños aplicados a Jesús pero definen muy bien su sintonía con el camino humano, aunque sea por vía del insulto. Un Mesías mezclado a lo nuestro, a nuestros gozos y sinsabores.
- Las obras de Jesús a favor de la persona hacen ver “la sabiduría de Dios”, la certeza de que Dios ha elegido el camino humano para manifestarse y que apartarse de ese camino, no disfrutarlo, no es la opción adecuada.
Aplicación: La sociedad moderna parece que cuida el cuerpo, incluso en exceso, aunque sea solamente la parte de la corporalidad. Habría que ir construyendo una espiritualidad sobre y desde el cuerpo, por paradójico que parezca. El abandono del cuerpo lleva al abandono de la espiritualidad, no lo olvidemos. Podemos llegar a preguntarnos, y sólo en apariencia es paradójico, si la causa de que en Occidente hayamos dejado de lado muchas veces al Espíritu Santo no será precisamente haber desacreditado y marginado el cuerpo humano. ¿Por qué, pues, no comenzar por una espiritualidad corporal a través del aprecio sensato y valorativo de los sentidos? ¿Por qué no elaborar una saludable espiritualidad corporal desde el disfrute del cuerpo? Disfrutar de la comida saludable, compartida; porque comer no es solamente nutrirse sino, la evidencia de que estamos llamados al banquete grande de la vida. Disfrutar con la naturaleza porque es madre que cobija y hermana que acompaña. Disfrutar con la lectura porque es lugar donde se recrea el alma. Disfrutar con el silencio porque ahí nos resituamos y nos rehacemos. Disfrutar con los abrazos, las caricias y el contacto físico porque con él hablamos el lenguaje del amor en modos eximios. Disfrutar con el canto porque es una ventana del alma a la vida. El disfrute, tan denostado por viejas espiritualidades, es un modo de reconciliación óptimo con nuestro cuerpo, un bálsamo y un paliativo de las incomprensiones y heridas que le inferimos. Sin la recuperación de la corporeidad es imposible avivar el espíritu humano.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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