La figura de la Virgen tiene en la fe y en la espiritualidad cristiana un lugar importante. Esta importancia no viene tanto de una gran reflexión teológica que haya hecho la Iglesia a lo largo de la historia, sino que nos viene más por cauces más sencillos y populares como son una tradición heredada y la devoción vinculada a una advocación mariana concreta.
El pueblo cristiano con la figura de María ha llenado el vacío de una religiosidad, de una espiritualidad y de una teología, donde el protagonismo era del varón. Por eso en muchos momentos la devoción a María ha servido para entender y relacionarnos con Dios, que tiene entrañas de madre, desde otras claves más cercanas y caseras: desde la cercanía que proporciona una madre en la relación con sus hijos. De María sabemos poco, pero sabemos lo suficiente.
En la tradición y espiritualidad franciscanas se ha hablado del amor que tenía San Francisco a María. Quienes escribieron sobre él, nos dicen que era un gran devoto de la Virgen. “Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad”, escribe su biógrafo Tomas de Celano (2Ce 198). La devoción a la Virgen no la aprendió de los libros, sino a través de la oración y de la meditación. Tal vez por eso la mayor parte de las afirmaciones de San Francisco sobre la Virgen se encuentran en sus oraciones y en sus cánticos espirituales.
María recibió todo de Dios, y por eso para Francisco la alabanza a María siempre es al mismo tiempo alabanza a Dios, que la escogió y la llenó de gracia. Las alabanzas a la Virgen son al mismo tiempo alabanzas a Aquel que hizo en ella obras grandes. En uno de sus escritos, en la antífona del Oficio de la Pasión, escribe: “Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del Altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro Santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo”. (OfP Ant)
San Francisco también tenía especial predilección por los lugares marianos, por las iglesias y capillas puestas bajo la protección de la Virgen María. Seguramente que también nosotros en este mes de mayo encontraremos un hueco para rezar en alguna de estas iglesias o altares ante alguna imagen de la Virgen. Tal vez participemos en distintos rezos que se organizan en nuestras iglesias: el rosario, el ejercicio del mes de mayo, las flores, etc.
Los Capuchinos la recordaremos de una manera especial bajo la figura de la Madre del Buen Pastor. Así expresamos la convicción de que, junto a su Hijo, El Buen Pastor, nos cuida, protege y pastorea y está siempre con nosotros. Ante ella diremos: “Pastora celestial, miradnos con amor, que ovejas vuestras son los que hoy claman a Vos…”
Benjamín Echeverría, capuchino
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