EL SILENCIO
Oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para cumplir tu santo y veraz mandamiento (OrSD 1-3)
Bienaventurados los que escuchan el silencio: sus ojos se llenan de luz y sus pasos se encaminan a lo profundo del corazón. Quien se deja tocar por el silencio se relaciona más hondamente con el mundo, se abre a la paz y vive de una forma más auténtica.
En el silencio se intuye la presencia del Misterio y se aprende que, para dejarse encontrar por él, es preciso convertirse y buscar la verdad de uno mismo, cuidando el espacio interior, que traspasa los límites de lo superficial y permite una relación fecunda con los otros: en ellos descubrimos también quiénes somos nosotros. El silencio es fuente de deseo, diálogo, belleza y, cuando se hace contemplación, es ocasión para acoger el susurro de la voz de Dios.
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