Es una actitud que desvela el interés y la disponibilidad hacia el otro. Y, junto con ello, la certeza de que uno no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad. En estos parámetros se juega la verdad de nuestra comprensión de lo humano y de lo cristiano. De ahí que una pregunta tan aparentemente sencilla tenga una importancia tan decisiva: ¿Qué puedo hacer por ti?
Ojalá la tuviéramos muchas veces en nuestros labios dispuestos a cumplirla. Seríamos con Jesús.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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