martes, 29 de octubre de 2024

FRATERNIDAD CON LA CREACIÓN

Todos conocemos pasajes de San Francisco relacionándose de modo armonioso con la naturaleza. Es entrañable aquella predicación que hizo a las aves, las cuales le atendían con sumo interés. Resulta emblemático el proceso de pacificación que realizó Francisco entre el lobo asesino y el pueblo de Gubbio. Invitaba a apartar con cuidado el gusano que se encontraba en medio del camino. Pedía al hermano hortelano un trocito de huerta para las hierbas silvestres.

Sin embargo, este modo de relacionarse con la naturaleza fue fruto de un proceso largo de reconciliación con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con toda la realidad que le tocó vivir. Cuando hablamos de Francisco como hermano universal, hermano de todos y de todo cuanto existe, no es en un sentido romántico, sin conflictos ni dificultades dolorosas. Francisco en su seguimiento a Jesús pobre y crucificado, se ve hermanado incluso con aquellas realidades que no nos resultan fáciles de entender: “Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor y sufren enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las sufren en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán”.

Cuando hablamos de fraternidad según la espiritualidad franciscana, en ella van incluidas las criaturas animadas e inanimadas. La ecología nos ayuda a ello. Pero más allá del respeto y cuidado de la naturaleza, es también un modo de plantearse la vida. La vida no es para poseer y producir más, sino para promover una humanidad más fraterna intentando una paz universal que abarca el cosmos. Ahí no es nada.

Y tanto es esto, que Francisco termina su cántico llamando hermana a la muerte. Por lo tanto, lo que nos hermana incluso con la muerte no es nuestro deseo sino Dios que integra toda la realidad.

Carta de Asís, octubre 2024

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