Esta imagen de una puerta que te empuja hacia la puerta tiene mucho que ver con la vida de Francisco. Hay en él una capacidad de revelar el carácter penúltimo de las cosas, o dicho de otra manera, en Francisco -en su forma de vivir- descubrimos que cada criatura -la flor, el fuego, el ave, las gotas de la lluvia, el rostro del hermano- es siempre una puerta que nos conduce hacia otra puerta, puesto que todo lo que existe es flecha que apunta a algo que a su vez apunta hacia el Creador.
Este hecho no se opone a algo también muy propio de Francisco: su amor a lo concreto, su preferencia por aquello que puede ser contemplado y señalado con el dedo mientras se habla. Enemigo de teorías y abstracciones, el pobre de Asís se delecta en la singularidad de un mundo en el que cada presencia de cada ser y cada cosa tiene su lugar preciso, donde cada criatura contribuye a sostener lo que Dante, poco tiempo después de Francisco, llamó franciscanamente el códice de amor del universo.
Todo es, entonces, único en su singularidad y único también en su capacidad de lanzarnos un paso más hacia algo que es siempre inagotable. Todo es puerta hacia la puerta.
Víctor Herrero de Miguel, capuchino
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