jueves, 5 de abril de 2012

¿CABE LA MEDIDA EN CUESTIONES DE AMOR?

Hoy, día de Jueves Santo, somos invitados a cenar. Por eso, lo primero que tenemos que hacer es elegir la ropa adecuada (que, aunque no es lo esencial, algo dice de la importancia del asunto…) y estar abiertos a compartir nuestra vida con los que vamos a sentarnos a la mesa. En las comidas que son de verdad importantes no cuenta tanto el menú, aunque a veces gastemos en él mucha energía, cuanto gozar de la compañía. Parte del significado de “comer con otros” tiene que ver con la confianza y la acogida mutuas, con quitar algunas de las barreras que solemos poner alrededor de nosotros mismos para protegernos o defendernos (¿quién está libre, en mayor o menor grado, de algunos miedos?). Vamos, entonces, a cenar, a celebrar un encuentro. Y, como en todo encuentro que se precie de serlo, nos disponemos a descubrir algo nuevo de los demás y de nosotros mismos, y a dejarnos transformar… 


El evangelio de Juan contiene el relato de dos cenas: una en 12,1-11 y otra en 13,1-30. En ambas participa Jesús y en ambas hay un gesto sorprendente, en torno… no tanto a la mesa, sino a los pies: los de Jesús, que son ungidos con perfume y secados por María de Betania, y los de los discípulos, que son lavados y secados por el Maestro. Jesús se deja tocar sin prejuicios y toca a su vez a los demás con total libertad. Los dos pasajes comparten, además, otro rasgo: hay alguien que no comprende la acción. En el primer pasaje es Judas y, en el segundo, Pedro. De ahí que en las dos escenas Jesús se vea obligado a corregir, explicar, hacer entender… 
¿Por qué esta insistencia en los pies? ¿Y por qué tanta incomprensión? Las dos preguntas están profundamente relacionadas. Los pies son una parte olvidada de nuestro cuerpo. En realidad, no podemos hacer casi nada sin ellos, pero apenas los recordamos, salvo cuando nos cansamos, nos duelen y “se quejan”. Lavar los pies era un gesto propio de mujeres y de esclavos (paradójicamente, ¿o quizá no tanto?, las personas olvidadas lavaban las partes olvidadas), pero, a la luz de cómo ha construido el evangelio de Juan estos dos capítulos, parece que lo que nos quiere decir es que Jesús adopta un comportamiento típico de mujeres; en concreto, el de María. Pero, ¿por qué?, podemos preguntarnos de nuevo.
Judas se indigna porque María ha derrochado un perfume muy caro. En realidad, como bien se encarga el evangelio de aclarar, los pobres no le importaban lo más mínimo. El gesto de ella es una muestra de generosidad, desmesura y entrega amorosa. Ha entendido lo que de verdad merece la pena y por ello representa a todo discípulo y discípula que se da completamente, y sin cálculos, a Jesús y, también, a la comunidad de hermanos. Por eso Jesús hace lo mismo después. En Judas, en cambio, reconocemos a todos los que sólo piensan en sí mismos y en su propio provecho, y, además, pretenden justificarse ante los demás.
La incapacidad de Pedro para aceptar el gesto de Jesús tiene que ver con dos cosas. No puede comprender que el Maestro haga algo tan impropio para un varón, que es asumir el rol de una mujer. En un mundo en el que los hombres que se precian de serlo se distinguen por el poder, la competitividad, el dominio… asume valores propiamente femeninos como la reciprocidad, el servicio, la compasión y la ternura. Además, le cuesta aceptar que Jesús se dé a sí mismo por completo, como María, con un amor “hasta el extremo”, aunque, en realidad, no es sino el culmen de lo que ha sido toda su existencia. ¿No es la vida de Jesús una vida totalmente entregada a los demás, a los que en su tiempo nadie quería (enfermos, extranjeros…), a Pedro, a ti, de mil modos y gratuitamente, mostrando así el amor de Dios?

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