lunes, 23 de abril de 2012

EL PODER DE LAS PALABRAS

Hace ya algunos días tuve la suerte de poder ver un video en el que un ciego, sentado en la calle, pedía limosna con un cartel que decía, con palabras claras y directas: “Estoy ciego, ayúdame por favor”. Algunos que pasaban por su lado, le tiraban monedas, sin reparar en el cartel y sin ver dónde caían. Pasó una chica también a su lado y le hizo el mejor de los “regalos”; cogió el cartel, sacó un bolígrafo y cambió las palabras claras y directas, por otras que provocaron una transformación en la suerte de ese pobre ciego. Volvió la chica, pasado el tiempo. El ciego la reconoció palpando sus zapatos y le preguntó con extrañeza: ¿Qué escribiste en mi cartel? A lo que la joven simplemente respondió: “Escribí lo mismo, pero con distintas palabras”.
   A raíz de aquel video, no he hecho otra cosa más que pensar en el poder que tienen las palabras para cambiar el mundo. Y aunque, hoy en día, se siguen repitiendo las mismas palabras en muchos foros y ambientes (políticos, económicos, sociales e, incluso, religiosos) no pierden o, al menos, no deberían de perder el poder que tienen. Sin embargo, como suele ocurrir con la mayoría de los “productos modernos” tienen fecha de caducidad; las palabras empiezan a perder el valor profundo que tienen en la comunicación.
   De un tiempo a esta parte, me ha resultado curioso ver cómo los políticos utilizando las palabras eran capaces de “convencer” de una cosa y de la contraria a las personas que simplemente “oyen sonidos” y no “escuchan palabras”. Resulta revelador ver cómo a través de los discursos, de la utilización de ciertas estructuras y palabras son capaces de crear cualquier tipo de ambiente: de conflicto, de exclusión, de crispación, de negatividad… pero también son capaces de crear el ambiente contrario (los que menos): de esperanza, de solidaridad, de acogida, optimismo…
   Es necesario que volvamos a despertar, que tomemos conciencia de una de las características más asombrosas que tiene el ser humano, del don tan maravillo recibido, como es “la palabra”. Desde ahí, podemos hacer una relectura del Prólogo de san Juan: “En el principio, existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. El resultado del silogismo es fácil, no podemos decir que amamos a Dios, si no amamos “las Palabras”. Sólo quien es capaz de amar las palabras, es capaz de adentrarse en el sentido último de las mismas, es capaz de encontrar vías de comunicación que poco o nada tienen que ver con pura información o la intención de convencer y manipular, tiene que ver, sobre todo, con la “relación profunda de sentimientos” que llevan al conocimiento de las personas para poder amarlas.
   Os invito a todos desde aquí, a que no echemos en “saco roto” las palabras, que aunque estas que están aquí escritas tengan poco valor, sean al menos estímulo y acicate para que reconozcamos en nuestra vida su poder y seamos capaces de pensar muy bien aquello que vamos a decir antes de hablar al hermano. Hagamos el ejercicio de aportar optimismo a este mundo, a través de aquello que decimos. (Hno. Enrique García)
 

2 comentarios:

  1. Muy importante qué palabras decimos y también qué importante las que recibimos, es decir, darnos cuenta también de las palabras que nos vienen de otros y escucharlas como el tesoro del otro que se nos revela en ellas. Un abrazo y gracias Enrique por la reflexión.

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  2. Se agradeceria salir del anonimato... nunca esta de mas saber quien te adula y quien sabiamente te critica. Un saludo.

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