El tiempo de Pascua habla de la victoria de Jesús sobre las fuerzas hostiles a la humanidad. Consideramos su muerte un triunfo. Sin embargo, aunque cantamos la victoria de Jesús no logramos incorporar a nuestra vida una moral de victoria. Por eso nos asaltan mil dudas sobre el éxito de nuestra vida, del mundo, de la Iglesia. Celebrar la resurrección de Jesús habría de inocularnos una moral de victoria que transforme nuestro actuar dándole resistencia, fuerza, esperanza.
Ante el sufrimiento de la humanidad, con la guerra, la pobreza y el odio, también nosotros podemos decir: “la victoria es segura”. Ante el genocidio de Ruanda, la tragedia de los Balcanes, cuando la derrota de la humanidad de la humanidad parece total, podemos decir: “la victoria es segura”. En la vida de cada uno de nosotros, incluso cuando nuestra capacidad de amor y nuestro entusiasmo parecen destruidos, podemos decir: “la victoria es segura”. Cuando la muerte se lleva alguien a quien amamos y parece que allí ya no hay futuro, descubrimos que eso no es cierto. La mañana de Pascua, los discípulos descubrieron que el amor había vencido al odio, la amistad a la traición, que el sentido había triunfado sobre la falta de sentido, que el Dios fuerte nos hace fuertes a nosotros: “la victoria es segura”. En una iglesia de Estambul vi una vez un fresco muy bonito del siglo quince que mostraba a Cristo resucitado rompiendo las cadenas de la muerte y liberando a Adán y Eva. Cualesquiera sean las cadenas que nos aten, la prisión donde estemos encerrados, podemos alegrarnos y decir: “La victoria es segura”. (T. Radcliffe, Os llamo amigos, p.95-96)
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