La piedra que cerraba el sepulcro de Jesús era una de esas piedras pesadas y aplastantes, porque significaba que él ya no estaba junto a los que le querían. En ella iban pensando María Magdalena, María la de Santiago y Salomé cuando fueron a embalsar ese cuerpo ahora inerte que tanto había significado para ellas.
Lee Mc 16,1-8. Fíjate en lo que lo estas mujeres llevan en la cabeza y en lo que se dicen unas a otras. Imagínate lo que llevan en el corazón. Presta también atención a lo que les dice el joven vestido de blanco y a su sorprendente reacción: huyen espantadas y muertas de miedo…
Seguramente no nos costará mucho sentirnos como ellas. Eso de experimentar que se nos frustran las esperanzas o los sueños forma parte de la vida. Pero estas mujeres fueron también capaces de descubrir que la piedra se había movido… y de escuchar lo que se les anuncia. Y esto es mucho ya. ¿No nos pasa a veces que estamos tan obsesionados con “nuestras piedras” que no somos capaces de ver más allá de ellas? Pero estas discípulas sí que fueron capaces, al menos un poco. Pudieron descubrir que “la piedra” (y donde decimos piedra decimos tristeza, pérdida, cansancio, desilusión, dificultades….) no tiene la última palabra. ¡Tantas mujeres a lo largo de la historia han hecho este hallazgo…! Por ejemplo, Etty Hillesum, cuya mirada fue capaz de descubrir la presencia de Dios en el horror del campo de concentración de Auschwitz. En una de sus muchas oraciones dice lo siguiente: “¡Dios mío, tómame de la mano! Te seguiré de manera resuelta, sin mucha resistencia. No me sustraeré a ninguna de las tormentas que caigan sobre mí en esta vida. Soportaré el choque con lo mejor de mis fuerzas. Pero dame de vez en cuando un breve instante de paz”.
Pero estas discípulas del evangelio también tenían miedo. Tanto, que el texto nos dice que no comunicaron nada a nadie… ¿Cómo podemos entender esto? ¿De verdad se callaron? Pero, si eso es así, ¿por qué en otros lugares se nos cuenta que estas mujeres anunciaron que Jesús había resucitado?
El evangelista Marcos quiso terminar este pasaje de una forma tan sorprendente para que los discípulos de Jesús de todos los tiempos (como nosotros y nosotras hoy) también podamos identificarnos con la parte más vulnerable de estas mujeres. Su miedo nos enseña que seguir a Jesús es tarea de toda la vida, que muchas veces nos tocará empezar de nuevo. Y, por increíble que parezca, no pasa nada. Siempre tenemos una nueva oportunidad, porque Dios nos la da (¿y sin pedir cuentas…? Pues sí, sin pedir cuentas…). ¿Y qué es “empezar de nuevo”? Ese “volver a empezar” no es sino aprender de Jesús, de su vida, de lo que hace, de lo que dice… Es “volver a Galilea”, como dice el joven vestido de blanco, y recorrer el camino con él. La propia Etty Hillesum, a pesar de ser una gran mujer, con fe y coraje, necesitaba que Dios le diera un poco de paz. A veces no podía con todo y no se avergonzaba de reconocerlo. Pero también descubría la presencia de Dios en cada gesto de amor (por pequeño que sea), en cada persona que, pese al horror que le pudiera haber tocado vivir, seguía “sembrando humanidad”. Y por eso se atrevió a esperar.
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