martes, 3 de febrero de 2015

LA VIDA EN PLENITUD

No podemos hacernos a la idea de qué es creer en una vida plena. Como sentimos que tenemos la vida a cuentagotas, que hoy somos y mañana no, que hoy estamos bien y mañana podemos estar al borde del abismo, se nos hace difícil siquiera imaginar qué puede ser una vida plena. Por eso Jesús se ha hartado de decir que lo suyo era dar vida definitiva porque otros han dado vida a cuenta gotas pero, al final, también han terminado. Jesús dice en Jn 5,21 que él levanta a los muertos dándoles vida definitiva porque los ama. Si se sostiene a un muerto y lo pone erguido, se puede llegar a creer que tiene vida. Pero a nada  que se deje de sostenerlo, el muerto vuelve a caer, inerte, a tierra. Jesús levanta a los muertos dándoles vida definitiva; no vuelven a caer, son autónomos y gozosos, tienen las posibilidades intactas, multiplicadas. No nos imaginamos qué pueda ser una vida definitiva pero, por oposición a la que tenemos, tan marcada por la limitación, imaginamos algo hermoso y bello. Pues bien, creemos en esa vida plena no únicamente como un anhelo, como un sueño, como un suspiro que se evapora enseguida. Creemos como una promesa de Jesús y como una certeza de la comunidad de creyentes. Pensarán muchos que no es buena época para alimentar esta clase de sueños. Pero sin ellos, ¿qué es el camino humano, sino un ciego andar no se sabe muy bien a dónde? ¿No es quitarle lo más puro que tiene, su alma, su sentido, su ilusión?
   El mismo Evangelio dice que soñar la vida plena, que creer en ella, no es una vanidad porque Dios ha sembrado en toda persona, en toda realidad ese anhelo, esa "capacidad" para ser hijos, para la dicha total. Hasta en los seres más inertes habita esa dicha; hasta en la persona más vacía y más resentida no muere del todo la chispa del gozo; hasta en el más desesperado y deprimido puede brotar una sonrisa si media el amor. Si esto no fuera cierto, el amor del Padre sería una realidad sin fuerza, sin empuje, sujeta y esclava a la limitación y a la tristeza. Por eso él ha sembrado a manos llenas, en los surcos más profundos, esa semilla de la plenitud. Otra cosa es si las personas estamos dispuestas o no a cuidar, alimentar, afanarse en torno a esa semilla para que fructifique en toda su potencia.
   Un poema que se atribuye a Borges comienza diciendo: "He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no he sido feliz". Puede parecer excesivo, pero es verdad: la infelicidad es el fracaso de lo humano; la imposibilidad de plenitud su mayor infierno. Por eso, todo lo que contribuya a ir haciendo más plena, más dichosa, con más contenido esta vida será la mejor manera de decir que creemos en un Jesús cuya obsesión ha sido, como la del Padre, sembrar en el campo de nuestra vida la semilla de lo pleno.
Fidel Aizpurúa, capuchino


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