domingo, 15 de febrero de 2015

QUIERO, QUEDA LIMPIO

La lepra es una de las enfermedades que a pesar de estar ya hoy erradicada, más sigue llamando la atención y sobre todo si es a un niño al que se le explica. Y desde luego, mucha valentía habría que tener, para que siendo algo tan contagioso y tan socialmente inaceptado, Jesús, Francisco de Asís y otros que a los enfermos se acercaron, supieran que de los cuidados más importantes y efectivos que a esta gente se le podían ofrecer era el cariño y la cercanía.
   Hoy en día, hay que hablar de una lepra del espíritu, altamente contagiosa por otro lado. Hablo esta tarde de la tristeza, la soledad, la amargura, el resentimiento, enfermedades del alma que se van haciendo crónicas y que luego cuesta horrores sanar.
   Esta semana estoy especialmente acompañando a un querido amigo que con trazas de hombre con suerte, querido por muchos y aspecto fuerte, está roto por dentro, herido. Una y otra vez se expresa con dolor y dureza con respecto a su persona como si leproso se sintiese, no se percibe con derecho y libertad para que le acompañemos, como si fuera la sociedad la que lo apuntara con el dedo, cuando solo es él.
   Durante tiempo, demasiado quizá, ha ido dejando su vida a jirones, olvidándose de si mismo y viviendo para los demás hasta el punto de haber perdido su propia libertad, creyendo que así ayudaba más o… qué se yo. Sufre tremendamente, le cuesta hacerse a la idea que es necesario conectar consigo mismo de nuevo y como Jesús, apartarse, para encontrarse.
   La lepra de nuestros días es la falta de presencia y de arraigo a lo que vivimos. Vivir deseando el pasado o confiando en el futuro no son caminos de vivir en Dios.
   Pero hay curación posible. Y por eso Jesús manda al recién sanado: “No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote”. El primer paso es reconocer que algo no anda bien, y ser consciente de la desubicación, y que cada uno se presente a sí mismo con necesidad de crecimiento. Ahí ya comienza el proceso del cambio.
   Por lo demás, Dios siempre permanece. Nunca hay que hacer nada extraordinario porque siempre está. Volver a conectar es volver a la casa del Padre.
CLARA LÓPEZ RUBIO

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