martes, 10 de febrero de 2015

TODAS SOMOS PRINCESAS

Hay una tienda de ropa en Zaragoza que se llama así: “Todas somos princesas”. Y cada vez que me cruzo con ella, me surge una sonrisa, porque me parece que esta idea encierra una intuición verdadera y a la vez una gran confusión.
   Comienzo con la confusión que va más allá de la obvia de que todas no somos princesas. La idea equivocada está en pensar que somos personas especiales. A Enrique Martínez Lozano le oí decir que cada uno de nosotros “no somos especiales” y que al creérnoslo no nos hacemos nada bien. Nos debería bastar con SER -¡qué más se puede pedir y vivir!- pero necesitamos sentirnos especiales. Es muy sano que el niño en su crecimiento psicológico necesite sentirse especial para luego poder trascender esa necesidad. Pero la necesidad de sentirse especial en un adulto, nos hace sufrir porque no se sacia, y el temor de no lograrlo nos puede llevar a una ansiedad agotadora. La consecuencia es la vida narcisista y egocéntrica en la que muchas veces nos movemos. No quiere decir que no tengamos muchísimo valor, sino que no somos mejores que los otros, que no somos únicos en valor o dignidad.
   Es muy significativo que una tienda de ropa enarbole este nombre y esta idea, porque quiere, que con sus productos, saciemos nuestra necesidad de sentirnos alguien especial y compremos y compremos, queriendo paliar esa hambre: en el fondo es la dinámica de la cultura del consumo en la que vivimos.
   La intuición certera de este nombre de tienda, tiene que ver con tantos textos de la Biblia que expresan una idea parecida a ésta, que dice Dios a su pueblo, que nos dice Dios a cada uno de nosotros: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas llegasen a olvidar yo no te olvido” (Is 49, 15). Es el amor incondicional y “hasta el extremo” (Jn 13, 1) que Dios nos tiene. Es el sentido de valor incondicional, de dignidad irrenunciable que todos los humanos tenemos dentro. Es el sabernos hijos de Dios, hijos del Rey de reyes, que hemos descubierto los cristianos.
   Y todas las personas buscamos vivir desde este valor absoluto que intuimos, en lo profundo, que somos. Pero a veces equivocamos el modo de hacerlo. En ocasiones, podemos creer que por vestirnos a la última, por llevar un buen móvil o un bonito coche, somos más y podemos ir con la cabeza más alta, más orgullosos de nosotros mismos. Otras veces somos más sutiles y creemos que el éxito profesional, o el ser reconocidos por nuestro entorno va ha hacernos mejores hombres o mujeres. Pero me resulta clarificante entender que estas situaciones tan comunes, en el fondo, están queriendo realizar, expresar, ese sentido profundo que todos tenemos, de lo valiosos que somos. Así que cada vez que veamos a alguien queriendo aparentar más, en lugar de juzgar, podemos reconocer en esa actitud, la búsqueda legítima y a tientas, del valor de uno mismo. Otra forma de cultivar una mirada profunda y compasiva.
Javier Morala, capuchino

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