Celebra este Domingo la Iglesia la fiesta de Pentecostés. Una fiesta que como otras tantas pasa desapercibida para un gran número de católicos y es tremendamente celebrada por otros. Yo era de éstos últimos hace años. Pero hoy en día, y después de tantos y tantos cambios en mi vida en la que ya no son necesarias tantas liturgias ni símbolos, lo vivo desde una perspectiva más “ecuménica” y de una forma más cotidiana. No puedo celebrar este Domingo la venida del Espíritu de una forma más especial que cada uno de los días de mi vida en los que me levanto y tengo por delante el gran tesoro de vivir un día más con todo lo que tenga que suceder. Y menos aún, celebrar esta “venida” como algo externo que se me concede, sino como la gran fuente de Luz que llevo siempre dentro, que siempre me ha acompañado y que puedo irradiar a mi alrededor. Es esa fuerza que los chinos llaman Chi, los japoneses llaman Qi y el mundo oriental llama Energía. Forma parte de mí y se instala en mis entrañas donde todo se conecta en Dios.
Desde ahí, soy portadora de La Paz, la que Jesús nos desea y por Él, por el Espíritu, puedo desatar todo lo que a lo largo de la vida he ido atando, para dejar que la vida siga fluyendo.
Aún así, Pentecostés me resitúa y me subraya la gran realidad que hay en la vida de cada hombre: el ser seres espirituales viviendo una aventura humana. Y vuelvo a caer en la cuenta de que llevo conmigo el aliento de Dios en una realidad que cada día se va haciendo, que es susceptible de resquebrajarse y que es posible volver a ser reformada, pero que por ningún concepto pierde el aliento que ya le fue concedido desde el principio de los tiempos.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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