martes, 14 de mayo de 2019

EL ANUNCIO DE UN AMANECER

Puede parecer que hablar hoy de posibilidades nuevas es aventurarse en el terreno de la mera teoría, de la especulación, de lo que no tiene un lado práctico. Cuando se van acumulando años y experiencias con ellos, parece que va decayendo la certeza de que nuestra vida tenga nuevas posibilidades, nuevos caminos, nuevos sueños, nuevos lugares de amor. Creemos que ya no estamos para eso: pasó el tiempo de lo nuevo.

Y, sin embargo, cada mañana está repleta de signos que anuncian una nueva posibilidad: la luz nueva, el rocío que promete fecundidad, el sol que se asoma con un brillo nuevo cada día, el viento en las ramas que no pasó ayer, el agua del río que es tan nueva que ni sabemos dónde estará la que se fue. La naturaleza tiene el lenguaje de la nueva posibilidad cada jornada, cada estación, cada año, cada ciclo.

La resurrección de Jesús se suma a ese movimiento y habla de una formidable novedad después de una dura derrota. Habla de un entusiasmo recuperado tras una bajada al sótano del abandono. Emplea el lenguaje de la alegría tras el paso por el largo desierto de la pena más negra.

¿Cómo no hablar de nuevas posibilidades? ¿Cómo dejarle al desaliento la última palabra? ¿Cómo abandonarse a las lágrimas cuando, tras ellas, puede haber un sol rutilante?

Queremos reflexionar sobre algo hermoso: la certeza que emana de la resurrección de Jesús de que nuestra sociedad, nuestra Iglesia, cada uno de nosotros, tiene posibilidades nuevas que le están esperando a la vuelta de la esquina, que no se ha acabado el tiempo de los sueños, que las utopías humildes pueden cobrar carne en un pequeño camino de vida.

Al fin y al cabo, la resurrección es más una verdad de vida que una verdad de fe. Por eso, quien se siente atraído por ella entenderá con facilidad que la puerta de nuevas posibilidades está abierta. Jesús nos la abrió.
Fidel Aizpurúa

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