Es en la cruz dónde Cristo nos da muestra de su amor redentor y es en la cruz como entendemos el seguimiento de Jesús de Nazaret: es el eje del Universo y el núcleo de lo más divino que hay en el cosmos. En San Francisco entendemos que una persona que no asume su cruz es un ser que ha renunciado a serlo en plenitud. Porque precisamente es la cruz lo que cohesiona la fidelidad del hombre a sí mismo y a su misión en la vida. Es en la cruz como el servicio gozoso y gratuito se manifiesta como una fuerza realizadora de su mejor y más plena personalidad, que no es traicionada en aras de la evasión de estar abiertos al los demás o a la propia comodidad y conveniencia; pues la cruz de Cristo solo se desarrollan en felicidad y fecundidad aquellas cualidades del hombre entregadas al servicio del bien común.
Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, abrazar la cruz y proclamar con nuestra vida, como Francisco: «Conozco a Cristo pobre y crucificado, y eso me basta» (2Cel, 105)
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