martes, 28 de mayo de 2019

MIS DINEROS

A más de uno le extrañará que se tenga que hablar de nuestros dineros en un ámbito como éste de la espiritualidad franciscana. Lo que hacemos con nuestros bienes materiales es un buen reflejo de lo que vivimos por dentro y de las verdaderas motivaciones que nos impulsan en la vida. Por ello, mirando a mi economía y el modo con el que funciono, veré con más claridad lo que vivo y me hace vivir.

Hay tres ámbitos básicos que ayudan a ver mi solidaridad con los demás mirando mis dineros. El primer ámbito es la procedencia de mis bienes: algunos son recibidos (de mis padres, de ayudas, etc.), otros los habré trabajado (del sueldo, de mi trabajo directo...) y otros los habré ganado de otros bienes (rentas, alquileres...). Dicha procedencia y su gestión me dan pistas sobre mi solidaridad. El segundo ámbito corresponde al uso que hago de mis bienes: qué necesidades cubro, cómo hago el gasto, qué caprichos tengo, la gestión racional o el despilfarro... También esto me refleja. Y el tercer ámbito habla de cuánto, cómo, con quién... comparto mis bienes. Tendemos a reducir la solidaridad al tercero de los ámbitos señalados, pero los dos primeros también están implicados en ella.

Analizar y describir el origen y el uso que doy a mis bienes me ayudaría a mirar la calidad y profundidad de mi solidaridad más que la buena voluntad que me mueve. Ciertamente mis bienes no sólo son los materiales, porque también soy dueño de mi tiempo, de mis capacidades, habilidades, etc. Pero los bienes materiales, comenzando por el dinero, tienen tal poder de atracción que más que ser nosotros los poseedores, somos los poseídos por ellos, si no vivimos atentos a su poder seductor.

La solidaridad requiere en nosotros una conciencia despierta para saber y decidir que antes que los bienes están las personas, comenzando por nosotros mismos. Y supone un corazón abierto a los demás y sus necesidades. Porque allí donde está mi tesoro está mi corazón.
Carta de Asís, mayo 2019

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