jueves, 6 de mayo de 2021

UNA ABSOLUTA NECESIDAD

Hacía mucho tiempo que no escuchaba a un político una frase que me hiciera reflexionar. Por supuesto que no fue en un mitin, ni tampoco en un debate cara a cara, sino en una tertulia distendida. Decía que, como sociedad, en esta pandemia hemos aprendido que somos extremadamente frágiles, y que por tanto necesitamos salir todos juntos de esta crisis. Ha ocurrido de manera espontánea: los vecinos que han ayudado a las personas mayores de su escalera; las mujeres que han confeccionado mascarillas en el salón de su casa; los sanitarios que han dedicado más horas y esfuerzo que el que marcan sus contratos; los voluntarios de las ONGs que se han volcado para atender a los que peor lo estaban pasando, y un largo etcétera.

Dicho político decía que somos extremadamente frágiles, y eso también me hizo pensar que la fragilidad de la humanidad ha sido una constante desde su origen. No es una situación solo de ahora, sino que siempre lo hemos sido. ¿Y dónde estaba la fragilidad del mundo antes de la pandemia? Pues no es difícil decirlo: hambre; guerras; desplazados; refugiados; maltrato; abusos; discriminación; prostitución infantil; personas sin hogar; mi propio dolor y mi futura muerte. La lista la podemos completar cada uno con tantos casos de sufrimiento que conocemos.

¿Por qué antes no éramos conscientes de esa fragilidad cuando está tan presente en el mundo y en mi vida? Porque huimos de ella. Gran parte de esa vulnerabilidad no nos afecta, y lo que no afecta a uno, aunque sea la mayor tragedia, termina por desaparecer de nuestro horizonte y de nuestra forma de entender el mundo: es una simple consecuencia de nuestro egocentrismo. Pero no sólo no nos afecta el sufrimiento de otros países. Tampoco miramos a los dolores que tenemos en nuestra ciudad, en nuestro barrio, o los que viven los vecinos de mi edificio. Y  la fragilidad que sí nos afecta la intentamos tapar con esta cultura del entretenimiento en que vivimos.

Pero en el caso del coronavirus la vulnerabilidad la sentimos en nuestras carnes, nos rodea por detrás y delante y no podemos escapar de ella. De alguna manera se nos ha impuesto la conciencia de fragilidad del mundo en que vivimos y de mi persona, se nos ha puesto delante de los ojos. Y la vulnerabilidad nos lleva a salir de nuestra pretendida autosuficiencia y buscar ayudas, establecer relaciones, lazos, alianzas.

Y, abrirnos a otras personas nos hace más conscientes de la verdad de la existencia y por tanto nos prepara para una vida más auténtica y plena: nos hace más humanos y estrecha nuestra relación con la realidad. Es nuestra única salvación. Ya lo dice Michel Desmurget: “La política renacerá cuando los dolores engendrados por la era actual de comunicación vacía y por el ombliguismo reinante sean lo suficientemente profundos como para traernos de vuelta a la absoluta necesidad del bien común”. Y lo pide el Papa Francisco comentando la parábola del buen samaritano: “que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano” (Fratelli Tutti 66). Por tanto, no sólo la política, sino también cada uno de nosotros puede nacer de nuevo si vuelve a la absoluta necesidad del bien común (Jn 3, 3).

Javier Morala, capuchino


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