Querer hacer del evangelio un tratado de ecología es excesivo. El tema, tal como lo entendemos ahora, es moderno. Pero, como ocurre con otros asuntos, hay “semillas” en los evangelios que pueden contribuir a alimentar una espiritualidad ecológica. Al fin y al cabo, aquellos tiempos preindustriales son tiempos más ceñidos a la tierra que los nuestros.
Una certeza que tienen los contemporáneos de Jesús es la noción de “bienes limitados”: ellos creen que los bienes de la tierra son limitados y que si uno se apropia de muchos de ellos, deja desprovistos a las demás personas. Es como un robo ecológico. Entronca esto muy bien con la corriente del decrecimiento que quiere hacer ver que la tierra no es una despensa inagotable, sino que hay que explotar racionalmente los recursos y aceptar el rito de crecimiento que marca la naturaleza. Son aproximaciones.
- Jesús hace ver a sus contemporáneos que saben leer muy bien los signos del cielo y no saben leer los del reino (Lc 12,54). Avezados en ecología, pero torpes en espiritualidad. Un aviso que hemos de recoger nosotros, porque ambas realidades conectan de alguna manera.
- Fácilmente los evangelios utilizan los elementos ecológicos para extraer una espiritualidad. En Jn 3,8 dice que el nacido del espíritu es volátil como el viento que no sabes ni adónde viene ni adónde va. Se lee con facilidad el libro de la creación porque los caminos no se han diversificado todavía, se vive ceñido a la tierra.
- En la parábola de la semilla que crece por sí sola se quiere enfatizar la confianza (Mc 4,26-29). En realidad, no crece por sí sola: la semilla trabaja día y noche para chupar sus nutrientes. La creación trabaja, porque el logro de una creación culminada se hace con el trabajo de todas y cada una de las criaturas.
Texto: Mt 6,24-34: «Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propia preocupación».
- Son dos parábolas ecológicas propiamente dichas: los lirios y los pájaros enseñan un comportamiento cristiano, la confianza que debe tener el seguidor para que las preocupaciones excesivas no ahoguen la opción por Jesús.
- Por un lado los pájaros: es verdad que no tienen graneros y que el Padre los alimenta, pero ellos trabajan denodadamente para llevarse el grano a su buche (más de 400 salidas diarias). La naturaleza enseña la confianza pero no desdeña la laboriosidad.
- Lo mismo los lirios: no tejen ni hilan y el Padre los viste con elegancia. Pero ellos trabajan las 24 horas del día para chupar los nutrientes de la tierra que los alimentan y los embellecen, de lo contrario se agostarían.
- Los seres de la tierra enseñan la laboriosidad y la confianza. Ambas realidades han de ir mezcladas en la vida del seguidor de Jesús. Por otra parte, son recursos (las aves, los lirios) que son mirados aquí más por su hermosura que por su utilidad. Ayudan a lograr lo que LS’ (111) llama “la otra mirada”, ese modo de enfocar la creación con respeto y aprecio, en sintonía de belleza.
Aplicación: Cada vez queda más claro que uno de los movimientos sociales llamados a modificar el planeta en este momento es el de la ecología. Aunque la cosa tenga aún detractores y negacionistas la realidad es imparable: del comportamiento ecológico deriva la comprensión del ciudadano moderno, no solamente el cuidado del medio ambiente. Por eso está todos los días en la prensa; por eso “sobrevive” la Laudato Si’; por eso se miran con lupa aspectos técnicos (por ejemplo los vehículos) que antes parecían asuntos de personas exquisitas; por eso las ciudades se organizan en maneras cada vez más ecológicas con el beneplácito de la ciudadanía. La ecología tiene inmediato futuro, más que nunca.
Pero, a veces, hay variables muy interesantes: una de ellas es el movimiento ecológico de los adolescentes promovido por Greta Thumberg. Los adolescentes es un fragmento social que pocas veces había levantado la voz a nivel mundial. Pero resulta que en este tema de la ecología empiezan a ser una fuerza social que ya no se puede desdeñar. Como sus herramientas de contacto están en internet, se empieza a tejer toda una red de acciones que los gobiernos empiezan a tener en cuenta y tratan de domesticar (una manera es dar premios, a ver si se apaciguan). Pero si esto va a más, los políticos van a tener que ponerse las pilas.
De hecho, cuando un político propone “una sociedad de hombre y mujeres iguales en armonía con la naturaleza” los periodistas se ríen a mandíbula batiente. Pero ese es el camino que, indefectiblemente, se ha de seguir cuando lo experimentemos más crudamente las consecuencias del cambio climático. Es que llevar a las instituciones políticas el tema de la ecología es una auténtica novedad porque eso no había sido nunca por aquí un tema de estado. Pero las cosas están cambiando tan vertiginosamente que habrá que hacer sitio al tema en la agenda, pronto y de manera activa, no con protocolos como el Kioto o París que nadie cumple.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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